8. La Luna con telescopio
Por David Galadí Enríquez con Leonor Ana Hernández
Ha llegado el momento de empezar a mirar al cielo con un telescopio. Más adelante dedicaremos capítulos enteros a tratar los detalles, tanto ópticos como mecánicos, de estos aparatos. Pero cualquier persona que se hace con un telescopio astronómico está deseando empezar a usarlo y, en esos casos, la Luna constituye el objeto ideal y tiene sentido observarla incluso antes de dominar la teoría y la práctica del instrumento.
La Luna se ve perfectamente a simple vista, lo que facilita apuntar a ella el tubo óptico incluso sin experiencia. Además, la Luna resiste muy bien la contaminación lumínica, que tanto mal hace a otras formas de observación y de la que tratamos en el capítulo anterior.
Eso sí, incluso el uso más rudimentario de un telescopio astronómico requiere unas operaciones mínimas que hay que conocer y ensayar. Empezaremos esta entrega por esas indicaciones, que consisten en alinear el buscador, aprender a apuntar, cambiar de oculares y enfocar.
A continuación recordaremos algunos conceptos relacionados con el movimiento de la Luna y que ya comentamos en la entrega segunda de la serie, donde se trataban a fondo las fases lunares y se daban algunas ideas para observar nuestro satélite natural a simple vista. Nos centraremos sobre todo en la edad de la Luna como modo de cuantificar las condiciones de iluminación sobre la superficie lunar.
Tras lo anterior estaremos en condiciones de apuntar a la Luna nuestro flamante telescopio. En este texto, de iniciación rigurosa, nos limitaremos a dar algunas indicaciones sobre los accidentes lunares más llamativos, que separamos en dos grupos: los rasgos «normales» más destacados y algunas de las excentricidades o rarezas más curiosas.
¿Todo listo para despegar?
Apuntar con un telescopio: alinear el buscador
Lo primero que llama la atención cuando se ve un telescopio astronómico por primera vez es que lleva un telescopio auxiliar pequeñito acoplado, en paralelo. Este telescopio auxiliar se llama buscador y cumple la misma función que las mirillas telescópicas de los fusiles: sirve para apuntar. El campo de visión del telescopio principal suele ser bastante reducido y eso hace muy difícil apuntar a cualquier cosa así, directamente. Por eso se adosa un telescopio de mucha menos potencia, por tanto con campo de visión mucho más amplio, y que va equipado, además, con una cruceta. La idea consiste en apuntar a las cosas con el buscador, de manera que al colocarlas en el centro de la cruceta queden dentro del campo de visión del telescopio principal.
Hasta ahí la teoría. Pero la práctica no es tan sencilla. Porque, por supuesto, para que el buscador cumpla su función tiene que estar bien alineado con el telescopio principal, es decir, los dos tubos ópticos tienen que ser paralelos. Sin embargo, al montar un telescopio nunca queda el buscador bien alineado y, en esas condiciones, lo que se ve en la cruceta no coincide jamás con el campo de visión del telescopio. ¿Qué hacer?
Alinear el buscador es el primer paso imprescindible para usar un telescopio astronómico. Aunque la operación es sencilla y muy fácil de explicar, la experiencia demuestra que suele costar bastante trabajo ejecutarla las primeras veces, y que se tarda en interiorizarla lo bastante como para realizarla con soltura. Por eso conviene practicarla bastantes veces antes de salir al campo, al balcón o a la azotea para observar.
El procedimiento teórico es el siguiente: consiste en apuntar «a las bravas» el telescopio principal a algún rasgo destacado, fácil de reconocer, del paisaje terrestre. Una vez identificado y centrado en el telescopio ese rasgo, hay que actuar sobre los tornillitos que todos los buscadores llevan en el soporte hasta lograr que la cruceta caiga sobre el objeto en cuestión.
Es importante hacer esto sobre un objeto del paisaje terrestre, y no del cielo, porque así el campo de visión se mantiene estable. Si se intenta alinear el buscador sobre cuerpos celestes, entonces la rotación de la Tierra hará que cualquier cosa se mueva por el campo de visión hasta abandonarlo, lo que dificultará aún más el procedimiento. Además, recomendamos ejecutar todo este proceso durante el día, al menos las primeras veces, para que todo resulte más sencillo.
El detalle elegido en el paisaje debe ser muy distintivo, para que no haya peligro de confundir un árbol con otro, o una roca del monte con otra parecida. A la vez, es muy importante que el rasgo en cuestión esté muy lejos, lo más lejos posible. Si se efectúa el alineado contra un objeto cercano, entonces telescopio y buscador terminarán en posiciones no paralelas, sino convergentes, y el apuntado no será óptimo al dirigir el aparato al firmamento, que se encuentra en el infinito, en la práctica.
Otro detalle importante es configurar el telescopio con el campo de visión más amplio posible. Más adelante dedicaremos un capítulo completo a la parte óptica de los telescopios, donde se tratarán a fondo conceptos como los aumentos o el campo de visión. Pero para este primer contacto basta con saber que todos los telescopios astronómicos vienen equipados con un juego de oculares (dos como mínimo, a veces tres o más) y que al cambiar el ocular se modifica la configuración óptica. Los oculares llevan siempre inscrito un número, su distancia focal en milímetros, y los valores mayores de distancia focal proporcionan menos aumentos y, en consecuencia, mayor campo de visión. También es frecuente que los oculares de mayor distancia focal sean de más tamaño y pesen más que los de «muchos aumentos», o sea, los de distancia focal corta. Por lo tanto, coloquemos en el portaoculares del aparato el ocular de mayor distancia focal que tengamos a mano, el más grande y pesado, el de menos aumentos.
Ahora tratemos de apuntar al rasgo lejano del paisaje que hayamos elegido. Puede ser la antena de un repetidor de televisión, una torre de vigilancia remota o el campanario de algún templo en el pueblo de al lado. Cómo apuntar el telescopio dependerá del diseño concreto. En instrumentos manuales basta con liberar dos mordazas (una por eje), apuntar a mano y luego volver a apretarlas. El apuntado se puede refinar con los mandos de movimiento lento, normalmente unas ruedas sobre las que se actúa con facilidad y suavidad. Sin embargo, si el telescopio está automatizado esto puede costar un poco más. Todos los telescopios automatizados se pueden arrancar en un modo «sin orientación», que permite moverlos con el mando a voluntad, pero habrá que consultar cómo hacerlo en el manual del aparato. Habrá que informarse sobre cómo modificar las velocidades de movimiento de los motores y configurar una rápida para los desplazamientos grandes y, luego, una velocidad pequeña para afinar el apuntado.
Dar «a las bravas», sin buscador, con un objeto del horizonte puede costar bastante más de lo que parece. Además, es seguro que, de entrada, el telescopio estará desenfocado. Por eso, lo primero que habrá que hacer es enfocar, en cuanto haya algo en el campo de visión, por muy borroso que se vea y aunque no se sepa lo que es. Por supuesto, se enfoca actuando sobre la ruedecita correspondiente. El sistema de enfoque pueda variar de un telescopio a otro, pero siempre tiene que ser posible lograr que la imagen de lo que se vea llegue a ser nítida. Eso sí, puede que si se apunta a algo demasiado cercano resulte imposible enfocar: los telescopios normales solo logran traer dentro de foco cosas que estén a una cierta distancia, he aquí otro motivo para tratar de apuntar a algo lejano.
Al enfocar saltará a la vista que el telescopio astronómico da imágenes invertidas, es decir, que todo se ve cabeza abajo. Es lo normal. En el espacio no hay arriba ni abajo y para que las imágenes fueran derechas habría que añadir sistemas ópticos adicionales que encarecerían el producto y restarían algo de luz. Por supuesto, en los telescopios para uso terrestre es imprescindible contar con esos añadidos que enderezan las imágenes, pero en astronomía es mucho mejor prescindir de ellos. Defenderse con imágenes invertidas del paisaje puede desconcertar de entrada, pero con un poco de ensayo y error se supera este inconveniente.
Con el telescopio enfocado, y adquiriendo algo de práctica con los mandos de movimiento lento, procedemos a centrar en el campo de visión la antena o torre elegida. Llega el momento de mirar por el buscador. Solo falta actuar sobre los tornillos del soporte hasta que la cruceta dé justo sobre ese mismo objeto (la imagen también se ve invertida en la mayoría de buscadores, aunque no en todos). Conviene que los tornillos queden bien ajustados y apretados, aunque sin exagerar, para evitar que el buscador pueda volver a desalinearse con demasiada facilidad por cualquier golpecito casual. Tras la alineación, todo está listo para usar el buscador como sistema de apuntado. Se puede comprobar apuntando a otros detalles del paisaje durante el día siguiendo, ahora sí, el procedimiento normal: mover el telescopio hacia la zona general donde está el objeto que se quiere ver, liberando las mordazas o configurando desplazamientos rápidos en el mando de control de los motores, apretar mordazas o pasar a velocidad lenta para centrar en la cruceta y, luego, comprobar que todo va bien mirando por el ocular del telescopio principal. Recuerde que el buscador solo prestará un buen servicio para apuntar a objetos lejanos.
Algunos telescopios baratos no llevan un buscador clásico, sino una especie de puntero láser de diodo rojo que proyecta un punto de luz sobre un trozo de vidrio o de plástico trasparente. Se suelen llamar «buscadores de punto rojo» o «buscadores de cero aumentos». Esto segundo es un absurdo porque, puestos a hablar de los aumentos que proporciona el sistema óptico en cuestión, en todo caso sería un aumento, no cero. Quizá, si acaso, cabría hablar de «buscador sin aumento». Primero hay que encender estos dispositivos con el interruptor adecuado, comprobar que la pila tiene carga suficiente, y localizar los dos tornillos que permite desplazar el punto rojo sobre el paisaje hasta hacerlo coincidir. Atención, un error clásico que cometen las personas principiantes con estos dispositivos es el de dejarlos encendidos, lo que garantiza el agotamiento de las pilas para cuando llegue la noche: asegúrese siempre de dejar apagado su buscador de punto rojo.
Cambio de oculares
Después de familiarizarse con el alineado del buscador, a ser posible a plena luz del día, puede ser buen momento para practicar el cambio de oculares en las mismas condiciones, usando para ello objetos del paisaje.
Ya hemos comentando que al cambiar de ocular se alteran los aumentos. Si para el alineado del buscador hemos usado el ocular de mayor distancia focal y, por tanto, de menos aumentos y mayor campo de visión, ahora podemos probar los de distancias focales menores, que darán más aumentos y campos de visión más estrechos.
Pero no será ese el único cambio que notaremos. Conviene reparar también en que los aumentos elevados proporcionan imágenes más oscuras y que el telescopio se vuelve mucho más sensible a cualquier temblor, tanto del suelo como del trípode, y que incluso el viento puede hacerlo vibrar lo suficiente como para que se haga imposible la observación. Hasta enfocar puede convertirse en un desafío con oculares de aumentos altos en telescopios poco estables, por el movimiento que causa el simple gesto de rozar la ruedecita de enfoque. Todo esto habrá que tenerlo en cuenta más adelante, a la hora de observar la Luna.
Las edades de la Luna
Ha llegado el momento de apuntar a la Luna. Si usted no tiene ni la más mínima experiencia en el manejo del telescopio, entonces este apuntado se hará sin haber orientado correctamente el telescopio con las estrellas, es decir, sin haber efectuado una puesta en estación. Eso quiere decir que el telescopio, tanto si es manual como si se trata de un modelo automático, no compensará la rotación terrestre y, por tanto, será necesario actuar con frecuencia sobre los mandos de movimiento lento, o bien sobre el teclado de control (con velocidad lenta) para seguir el movimiento aparente de la Luna por el cielo, debido sobre todo al giro diurno de nuestro planeta.
Más adelante, en otra entrega de esta guía de iniciación, daremos todos los detalles sobre la puesta en estación y es posible que, tras ese capítulo de la serie, Vd. quiera volver a esta descripción de los paisajes lunares para disfrutar de ellos con más comodidad.
Pero, de entrada, necesitamos algo de planificación. Recordemos el contenido del capítulo 2 de esta serie, dedicado a las fases de la Luna y la observación de nuestro satélite a simple vista. Comentábamos allí el concepto de edad de la Luna, que no es más que el número de días que han pasado desde el último novilunio, o sea, desde la última Luna nueva. En el novilunio la Luna se alinea con el Sol (aunque casi nunca llega a ocultarlo) y casi todas las sociedades del mundo toman ese instante como inicio del ciclo lunar de fases. La edad de la Luna es un concepto muy útil a la hora de observar este astro con telescopio. Veamos por qué.
El relieve de la Luna destaca más en las zonas de su globo donde la luz solar cae rasante. A poco que pensemos en ello nos daremos cuenta de que la región lunar donde sucede eso es justo la que corresponde al terminador, o sea, la frontera entre la parte iluminada y la oscura. El terminador va barriendo toda la esfera lunar a lo largo del ciclo de fases, o sea, en un mes. Por eso, en cada jornada de ese ciclo, en cada edad de la Luna, el terminador atraviesa diferentes zonas y hace que destaquen unos accidentes u otros.
Por eso vamos a organizar el paseo según la edad de la Luna. Partimos de los primeros días tras el novilunio, pero puede que Vd. quiera empezar el recorrido en cualquier otro momento del ciclo lunar, para lo cual bastará con acudir al párrafo que corresponda a la edad de la Luna en el día, en la noche, de su elección. Consulte cualquier página de efemérides lunares y cuente los días trascurridos desde la última fase nueva.
No olvide que la edad de la Luna, o sea, la fase en la que se encuentre, determina la hora del día o de la noche en que el satélite está visible. En el capítulo 2 ya aclarábamos que la Luna de pocos días se ve hacia poniente muy poco después de la puesta de Sol, que las fases crecientes anteriores al cuarto corresponden al inicio de la noche, que tras el cuarto creciente la Luna aparece cada vez más tarde y que la fase llena hace que el disco lunar alumbre el cielo durante toda la noche. Las fases menguantes (edad lunar superior a 15 días) dominan el cielo de la madrugada.
Si ya ha consultado la edad de la Luna, al llegar la hora adecuada apunte el telescopio hacia el disco lunar utilizando para ello el buscador, recién alineado. Si no ha procedido a la puesta en estación, entonces le puede convenir utilizar los aumentos más pequeños (ocular de mayor distancia focal), para que la Luna tarde más tiempo en salirse del campo de visión y para que la observación requiera menos ajustes del apuntado. Para comprobar los detalles más finos, que podrían requerir más aumento, puede ser mejor regresar a este capítulo después de haber aprendido y practicado el alineado correcto del telescopio.
Le va a resultar imprescindible, también, seguir las explicaciones siguientes teniendo a mano alguno de los mapas lunares o guías de observación que comentamos en la bibliografía que se propone al final de este capítulo. Sin apoyo cartográfico, la mayoría de las indicaciones serán imposibles de entender.
Edad lunar entre cero y tres días: la luz cenicienta
La Luna nueva no se puede ver, pero empieza a aparecer sobre el horizonte hacia poniente tan solo unos días tras el novilunio. Entonces se muestra como una lúnula muy fina en la que cuesta identificar detalles. Sin embargo, sí que se aprecia, en estas fases iniciales, que la parte oscura del disco lunar brilla, en realidad, con un resplandor apagado que recibe el nombre de luz cenicienta. No es más que luz solar reflejada en la Tierra. Reparemos en que la fase de la Tierra vista desde la Luna es complementaria a la fase lunar vista desde nuestro planeta. Es decir: cuando la Luna está nueva, desde la Luna se ve la Tierra casi llena, lo que hace que nuestro mundo alumbre la noche lunar con un brillo nada despreciable y que nos viene de vuelta en forma de luz cenicienta. Más adelante, a medida que la fase lunar crece, la Tierra mengua en el cielo de la Luna y la luz cenicienta pierde intensidad.
Edad lunar, cuatro días: mar de las Crisis
La Luna ha crecido tanto como para que ya se puedan identificar algunos de sus rasgos. Además, se levanta sobre el horizonte lo bastante como para que se pueda observar a una altura cómoda y sin que la turbulencia atmosférica degrade demasiado la calidad de las imágenes.
El creciente lunar de color claro aparece dividido en dos partes casi iguales por el perfil oscuro y redondo del mar de las Crisis (Mare Crisium). Este es uno de los mares lunares más aislados y pequeños, lo que permite comprender mejor su estructura, análoga a la del resto de mares. Los mares son en realidad grandes cuencas de impacto causadas por la caída de asteroides grandes. Estas cuencas se rellenaron más tarde con lavas basálticas que, al solidificarse, confirieron a estas llanuras su relieve suave y casi libre de cráteres (aunque algunos hay, intente contar algunos de los que se aprecian en el mar de las Crisis). Se suele decir que los mares lunares no son mares verdaderos, sino llanuras, pero… en algún momento del pasado sí que fueron mares, ¡mares de lava!
Observe los arcos de montañas que rodean el mar. En otros mares también existen, o existieron, aunque puede costar más detectarlos por la superposición de unos mares con otros.
Edad lunar, cinco días: los mares del este lunar
En torno a los cinco días de edad ya empiezan a verse bien algunos de los mares lunares grandes de la mitad este de la Luna. Vale la pena comentar que la convención moderna sitúa el este lunar en el lado donde yace el mar de las Crisis, mientras que el extremo opuesto corresponde al oeste lunar. Obsérvese que estas direcciones este/oeste están invertidas respecto de las correspondientes sobre el cielo. Antes de la era espacial en la Luna se seguía la convención astronómica para los puntos cardinales, de modo que los mapas antiguos sitúan el este lunar donde ahora colocamos el oeste, y viceversa. De este cambio resulta un atavismo curioso en la nomenclatura lunar: el mar Oriental (Mare Orientale) yace en el lado de la Luna que ahora se considera… el occidental. Este accidente es muy difícil de observar desde la Tierra y se encuentra en el extremo de la Luna opuesto al que ahora estamos observando.
El mar grande que antes asoma completo al sur del mar de las Crisis es el mar de la Fecundidad (Mare Fecunditatis). Presenta una forma también bastante redondeada, aunque no tanto como el de las Crisis. Al oeste de Crisis, ligeramente al sur, empieza a aparecer el mar de la Tranquilidad, famoso por ser el lugar de aterrizaje de la misión Apollo 11. Al sur del mar de la Tranquilidad (Mare Tranquillitatis) comienza a asomar el mar del Néctar (Mare Nectaris), mucho menor y también bastante redondeado. Al norte del mar de la Tranquilidad va surgiendo el mar de la Serenidad (Mare Serenitatis).
Entre el mar de las Crisis y el de la Tranquilidad hay un cráter llamado Proclo (Proclus, 28 km) al que vale la pena echar un vistazo y del que volveremos a hablar más adelante.
Edad lunar, seis días: la cosa se anima
Cuando el terminador empieza a atravesar zonas bien encaradas hacia la Tierra, se ponen de manifiesto multitud de detalles. Nos acercamos a las mejores jornadas para disfrutar la Luna con telescopio.
El borde este del mar de la Serenidad está marcado por el cráter Posidonio (Posidonius), el de la Fecundidad por Langreno (Langrenus, 127 km), y entre el mar del Néctar y el mar de la Tranquilidad aparece Teófilo (Theophilus, 110 km), justo al sur de una zona llamada bahía de la Aspereza (Sinus Asperitatis).
El mar del Néctar aparece ya completo al sudoeste del de la Fecundidad. Se puede ver que hay varias estructuras anulares concéntricas al mar, como cadenas montañosas levantadas por el impacto que causó la cuenca que luego se llenó de lava. Si en el mar de las Crisis solo se apreciaba una cadena montañosa circular en el borde, el mar del Néctar tiene varios de estos anillos situados a distinta distancia del centro. El tramo más llamativo aparece en los mapas con el nombre de escarpadura Altái (Rupes Altai).
Entre el mar del Néctar y la escarpadura Altái aparece uno de los tríos de cráteres más emblemáticos de la Luna, de sur a norte: Catalina, Cirilo y Teófilo (Catharina, 104 km; Cyrilus, 98 km; Theophilus, 110 km).
En el extremo norte de la Luna empieza a verse un mar deforme y alargado llamado mar del Frío (Mare Frigoris). Observe el cráter Plinio (Plinius, 124 km) entre los mares de la Serenidad (que empieza a verse más entero) y el de la Tranquilidad.
Hacia el sur la Luna aparece repleta de cráteres en una zona muy escarpada y libre de mares.
Edad lunar, siete días: cuarto creciente
Al norte se ve más completa la lengua oscura llamada mar del Frío (Mare Frigoris). El mar de la Serenidad aparece ya completo y se pone de manifiesto su forma redondeada, circundada de montañas. El borde sur recibe el nombre de montes Haemus. Al noroeste, el Cáucaso lunar.
Al oeste del mar de la Tranquilidad serpentean dos de las grietas más fáciles de ver en la Luna, si se dispone de un buen telescopio. Busque, con ayuda de un buen mapa, las grietas Rima Aridaeus y Rima Hyginus.
Edad lunar, ocho a nueve días: el centro del disco lunar
Pasado el cuarto creciente empiezan a verse los accidentes lunares de la mitad oeste del disco lunar. Mientras que los cráteres que tanto destacaban en jornadas anteriores aparecen ahora desdibujados, sin relieve,otros nuevos van llamando la atención a medida que el terminador lunar avanza hacia el oeste.
Al oeste del mar de la Serenidad empieza a dominar el otro gran mar boreal de la Luna, el de las Lluvias (Mare Imbrium), separado del anterior por el Cáucaso. El borde montañoso que prolonga el Cáucaso hacia el sudoeste (tras un hiato en el punto de contacto entre los mares) recibe el nombre de Apeninos (Apenninus), mientras que la parte al nordeste del mar de las Lluvias corresponde a los Alpes lunares.
Los Alpes están cortados por una fosa tectónica llamada valle de los Alpes que puede verse incluso con telescopios pequeños. Algo más al oeste, según la fase lunar puede llegar a verse el gran cráter de fondo oscuro Platón (Plato, 109 km). Intente detectar otros cráteres muy pequeñitos en su interior. Al sur de Platón, en las llanuras del mar de las Lluvias, aparecen algunas montañas como los montes Tenerife o el monte Pico.
No se pierda el trío de grandes cráteres formado por Aristilo, Autólico y Arquímedes (Aristillus, 55 km; Autolycus, 39 km; Archimedes, 163 km). En el entorno de estos tres cráteres impactó contra la Luna el primer objeto artificial, la sonda Luna 2, en 1959.
El centro geométrico de la cara visible de la Luna cae en la mancha llamada bahía Central (Sinus Medii). Al sur de la bahía central aparecen dos de los tríos de cráteres más conocidos y observados. Primero está la terna formada por (de sur a norte) Azarquiel, Alfonso y Tolomeo (Arzachel, 96 km; Alphonsus, 108 km; Ptolemaeus, 164 km). Aún más al sur, y en el mismo orden sur-norte, aparecen Walter (134 km), Regiomontano (Regiomontanus, 108 km) y Purbach (115 km). Al este de Purbach aparece en cada lunación, bajo las condiciones adecuadas y tan solo durante unas cuantas horas, la X de la Luna, tratada más adelante en este artículo, en el apartado dedicado a accidentes lunáticos.
Al sudoeste de Azarquiel asoma el comienzo de una zona de mar llamada mar de las Nubes (Mare Nubium). Localice con ayuda de un mapa el cráter Thebit (56 km)y observe, algo más al oeste, si esa zona está ya iluminada, un detalle rectilíneo con apariencia artificial, que en esta fase gibosa creciente se aprecia como una raya oscura. Se trata del accidente denominado Muro Recto (Rupes Recta), aunque en realidad consiste en un escalón que en esta fase proyecta una sombra oscura.
El borde sur del mar de las Nubes está marcado por un cráter muy deteriorado, casi invisible, llamado Deslandres (256 km) y que puede considerarse el mayor de la cara visible (si olvidamos, por supuesto, que también los mares son estructuras de impacto).
Es posible que ya se vean, en todo o en parte, los grandes cráteres Tycho (102 km, observe su pico central) y Clavio (Clavius, 245 km), este último es el mayor cráter completo y bien formado de la cara visible y cuenta con bastantes impactos menores en su interior y el borde, lo que provoca juegos de sombras y luces muy complejos cuando el terminador atraviesa esta zona.
Edad lunar, 10 a 11 días: el mar de las Lluvias
Cuando el terminador alcanza la zona occidental del mar de las Lluvias emerge de la noche la bahía de los Iris (Sinus Iridum, aunque consta como Sinus Iridium en algunos mapas antiguos), un trozo de mar delimitado por un arco montañoso que evidentemente formó parte de un cráter enorme que luego quedó parcialmente destruido, a la vez que inundado con lava, cuando se formó el gran mar.
Ese arco norte de la bahía recibe el nombre de montes Jura y termina en dos promontorios: el promontorio Laplace al este y el promontorio Heráclides al oeste. Este segundo da lugar, con la iluminación adecuada (siempre en torno a los once días de edad lunar), a una de las visiones más apreciadas de la Luna: la «doncella de la Luna».
El sur del mar delas Lluvias queda delineado por los montes Cárpatos, una especie de prolongación de los Apeninos. Los Apeninos terminan en el imponente cráter Eratóstenes (Eratosthenes, 58 km), mientras que al sur de los Cárpatos surge uno de los mayores espectáculos de la cara visible de la Luna: el gran impacto de Copérnico (Copernicus, 107 km) con su aureola de rayos brillantes formados por eyecciones, y su campo circundante de micro-cráteres secundarios que se pueden distinguir con un buen telescopio y si la turbulencia atmosférica no es muy elevada.
Más al oeste, la línea que va de Eratóstenes a Copérnico alcanza el cráter Kepler (31 km). Entre Kepler y Copérnico yace un campo de domos lunares, ligerísimas lomas de origen volcánico que solo se aprecian con buenos telescopios y con baja turbulencia, y siempre que la luz incida muy rasante sobre la zona. Solo pueden distinguirse durante algunas horas en cada lunación y vale la pena intentarlo tanto en fase creciente como en menguante.
Entre el mar de las Nubes (Nubium) y el de los Humores (Humorum) hay que localizar tres grietas, las Rimae Hippalus, fracturas en la corteza lunar formadas por el impacto que causó el mar de los Humores y que, por ese motivo, son concéntricas a ese mar.
Más al sur, en el mar de las Nubes, el Muro Recto ya no es tan llamativo como cuando emergió de las sombras. Más al sur surge el caos de cráteres de las tierras altas australes, con Clavio (Clavius, 245 km) aún destacando entre ellos.
Edad lunar, de 12 a 14 días: el océano de las Tempestades
El terminador se adentra otra vez en regiones lunares que se ven con un gran escorzo desde la Tierra, lo que dificulta apreciar muchos detalles. Aun así, a lo largo de estas últimas jornadas previas al plenilunio surgen bastantes rasgos interesantes.
El mar del Frío (Mare Frigoris) se aprecia ya completo. Más al sur, el contorno redondeado del mar de las Lluvias deja paso al gran manchurrón informe del mayor mar lunar, el océano de las Tempestades (Oceanus Procellarum). Cerca de su centro aparece el punto más brillante de la Luna, el cráter Aristarco (Aristarchus, 40 km), rodeado de una serie de accidentes dignos de ver con gran aumento.
Cerca del limbo oeste, separado del océano, destaca un cráter inundado de lava con el fondo muy oscuro, Grimaldi (172 km). No se pierda tampoco el gran cráter de fondo fracturado que marca el extremo norte del mar de los Humores, Gassendi (101 km).
Edad lunar, 15 días: plenilunio
La Luna llena sale a la puesta de Sol y se mantiene en el cielo toda la noche, hasta el amanecer. Como el terminador coincide con el limbo, esta es la peor época para observar el relieve lunar y nuestro satélite se muestra como un disco tan plano que cuesta imaginar que, en realidad, tiene la forma tridimensional de una esfera.
Pero puede tener cierto interés echar un vistazo a algunos rasgos que destacan mejor en esta fase, en especial los sistemas de rayos que parten de los cráteres de impacto más recientes.
En la mitad oriental de la Luna destacan los rayos del cráter Proclo (Proclus, 28 km), entre el mar de las Crisis y el de la Tranquilidad. Lo curioso de este sistema de rayos, aparte de su intenso brillo en fase llena, es su aspecto asimétrico, que apunta a un impacto bastante rasante. El proyectil incidió sobre la Luna formando un ángulo pequeño con la horizontal, y desde el sudoeste hacia el nordeste. Aguzando la vista se adivina que parte de las eyecciones salieron disparadas hacia delante y alcanzan el mar de las Crisis entre los cráteres Peirce y Swift.
Pero el sistema de rayos más destacado es, sin lugar a dudas, el del cráter Tycho (102 km). Tanto, que Arthur C. Clarke fantaseó en su novela 2001: una odisea del espacio con la idea de que se tratara de un rasgo artificial, o quizá natural pero aprovechado por los extraterrestres para llamar la atención de la humanidad sobre el punto en el que ocultaron el primero de sus misteriosos monolitos. Entre los rayos de eyecciones de Tycho hay trazos dobles y simples, y pueden seguirse a lo largo de distancias enormes; sin duda, al menos, hasta el mar del Néctar (Nectaris). El rayo que cruza el mar de la Serenidad (Serenitatis) sobre el cráter Bessel no procede de Tycho, aunque pueda parecerlo, sino de otro impacto más cercano, el que formó el cráter Menelao (Menelaus).
Otros sistemas de rayos dignos de mención son los de Copérnico (Copernicus, 107 km) y Kepler (31 km). Los dos llegan a distinguirse a simple vista. También Aristarco (Aristachus, 40 km) se aprecia sin ayuda óptica por su brillo tan intenso, aunque posea un sistema de rayos menos amplio que sus compañeros.
Edad lunar de 15 a 30 días: las fases menguantes
A partir del plenilunio la Luna va saliendo cada vez más tarde y se requiere un esfuerzo especial si se pretende seguir el recorrido del terminador del atardecer (hasta ahora hemos aprovechado el del amanecer) para recuperar el relieve lunar en su máximo esplendor. Por supuesto, el recorrido de esta otra parte del terminador es similar al que ya hemos hecho y la mayoría de accidentes lunares muestran aspectos muy parecidos cuando amanece y cuando anochece sobre ellos. Aun así, hay unos cuantos que sí vale la pena apreciar con ángulos de iluminación opuestos. Entre ellos podemos mencionar el cráter Platón (Plato, 109 km) o, sobre todo, la falla o escarpadura llamada Muro Recto (Rupes Recta), en el mar de las Nubes (Nubium). Cuando la luz incide sobre este accidente desde el oeste lunar, y no desde el este, lo que en fase creciente parecía una sombra aguda se convierte en una línea brillante que, ahora sí, admite a la perfección que se la compare con una espada. ¿Aprecia usted la parte de la empuñadura, al oeste del cráter Thebit P?
Por supuesto, cuando la Luna menguante adelgaza tanto que aparece como una lúnula delgada, vuelve a hacer aparición la luz cenicienta, porque la Tierra se muestra otra vez casi llena en el cielo selenita.
Accidentes lunáticos
Hasta ahora hemos comentado los accidentes lunares más o menos «normales». Pero los paisajes de nuestro satélite natural, esa «magnífica desolación» en palabras de Buzz Aldrin, ofrecen juegos de luces y sombras tan cambiantes, caprichosos y ajenos a la experiencia cotidiana que en no pocas ocasiones dan lugar a visiones engañosas y a equívocos maravillosos. Hay personas que miran la Luna con telescopio no para estudiar su geología de un modo, digamos, clásico, sino tan solo en busca de figuras alucinantes, lunáticas, de otro mundo. Aquí y ahora vamos a comentar tan solo algunos de estos fenómenos extraños.
La doncella de la Luna, edad 11 o 24 días
Hemos comentado en el lugar correspondiente el aspecto que le confiere al promontorio Heráclides la luz del amanecer, en la bahía de los Iris. También tiene interés observar el espectáculo cuando anochece sobre estos montes. El cerebro humano está tan bien diseñado para detectar rostros en cualquier manchurrón caótico (pareidolias) que el propio Giovanni Domenico Cassini ordenó plasmar este rasgo en su mapa oficial con la forma inequívoca de una mujer. Se dice que lo que consta en el mapa realmente es un retrato de Geneviève de Laistre, esposa del famoso astrónomo francoitaliano.
El Muro Recto, edad 9-10 o 22 días
El gran observador Christiann Huygens describió este accidente lunar por primera vez en el año 1586. Lo hemos tratado en el lugar correspondiente de nuestro recorrido y aparece en las figuras 4 y 16. Obsérvelo en cuanto pueda: tenerlo en la lista de rasgos lunares conocidos es imprescindible para obtener el diploma lunático oficial.
La mancha brillante de Cassini, en Luna llena
Probablemente se trate de una acumulación de eyecciones procedentes del impacto que formó el cráter Tycho. Búsquela en fase llena, cerca del cráter Lexell, en la pared sur. Puede llegar a distinguirse a simple vista.
El puente de la Luna, edad 4-5 o 19-20 días
Cuando llega a verse casi entero el mar de las Crisis, entre la cuarta y la quinta noche del ciclo lunar, hay que poner la atención en los arcos de cordillera que lo cierran por el oeste. Los tramos montañosos norte y sur convergen allí en los promontorios Olivium y Lavinium. El borde de un cráter antiguo y sin nombre une ambos promontorios, pero poco antes del orto o del ocaso del Sol, ese accidente parece un puente. Hay que advertir que los nombres Olivium y Lavinium no han sido admitidos oficialmente por la Unión Astronómica Internacional, por lo que no constan en todos los mapas, pero puede localizarse el emplazamiento de este detalle porque su flanco oeste está marcado por el cráter Proclus P, mientras que el lado este corresponde a una llanura fracturada en la que aparece el cráter minúsculo Yerkes V. Busque el puente a mitad de camino entre los cráteres Proclo (Proclus) y Yerkes.
Al parecer, el rasgo es más fácil de interpretar como un puente (lo cual, por supuesto, no es en ningún caso) cuando la luz incide desde el oeste, en los primeros días de la fase menguante, cuando el mar de las Crisis empieza a quedar sumido en las sombras. Entonces un abanico de luz se extiende a la derecha del accidente y crea la ilusión de que el sol se cuela por debajo del arco de un puente que, en realidad, no existe.
Cráter Proclo (Proclus), mejor en fase llena
En la misma zona del puente de la Luna tenemos el cráter Proclo (Proclus, 28 km), que ya hemos comentado por ser el centro de un sistema de rayos muy intenso pero asimétrico y que se aprecia mejor, como todos los sistemas de rayos, en la fase llena. Se debe a un impacto rasante.
Los gemelos Messier, edad 5 o 18 días
Si el impacto rasante que formó Proclo parece llamativo, no nos tenemos que perder la pareja de cráteres gemelos Messier (11 km) y Messier A (15 km), resultado también de un impacto muy rasante pero, en este caso, ¡doble, si no triple! Busque esta locura en la región central del mar de la Fecundidad.
Los dos o tres proyectiles debieron de caer al mismo tiempo y bajo un ángulo muy pequeño. Probablemente se tratara de los fragmentos en los que se dividió un objeto único debido a las fuerzas de marea lunares, o tal vez fuera un objeto múltiple ya de partida. El caso es que las fotografías tomadas de cerca por las sondas espaciales demuestran que Messier está muy elongado en el sentido del impacto, mientras que Messier A, al oeste, tiene una estructura extraña, como duplicada, quizá causada por dos proyectiles, o por el rebote de parte del material levantado por uno solo. De Messier A parte el sistema de rayos más extravagante de toda la Luna, conformado por dos únicas antenas claras que se prolongan hacia el oeste y recorren todo el mar de la Fecundidad en dirección hacia el cráter Isidoro (Isidorus).
Schiller, otro impacto rasante, edad 11-13 o 24-25 días
Terminamos el comentario de impactos rasantes con el llamativo cráter Schiller (180 km en su eje mayor), clarísimamente elongado, y que debe ser el resultado de un impacto rasante y que al parecer fue causado, además, por más de un proyectil.
Figura 21. Otro impacto rasante y múltiple: Schiller. Este cráter elongado domina la vista, cerca del terminador de la tarde en esta imagen del Consolidated Lunar Atlas. (c) LPI/USRA https://www.usra.edu/terms-use
La equis lunar, edad 8 días
Esta locura aparece un poco al este del Muro Recto, en la confluencia de los cráteres Blanchinus, La Caille y Purbach. El espacio elevado en el corazón del trébol formado por el trío de circos dibuja una letra X de luz cuando la iluminación es la adecuada. Curiosamente, la forma se distingue bien al amanecer lunar (fase creciente) pero en condiciones peores cuando anochece sobre esta misma zona.
La ciudad lunar de Gruithuisen, edad 9 días
Dejamos para el final uno de los accidentes lunáticos más descabellados. Se trata de un fragmento de terreno accidentado que, con la iluminación adecuada, adquiere un aspecto remotamente regular y que hizo pensar a antiguos observadores en una posible estructura artificial, algo que, por supuesto, no es ni por asomo.
El accidente se encuentra justo al norte del cráter Schröter y se extiende hasta la latitud de Copérnico. Si imaginamos el cráter Schröter como un tiesto o maceta, la ciudad fantástica imaginada por Gruithuisen parece un arbusto que crece en varias ramificaciones hacia el norte, hasta algo más allá de la altura del cráter Bode. No es más que una combinación afortunada de lomas y otras estructuras y solo destaca cuando la luz incide muy, muy rasante. Por eso es muy importante observar la zona en el momento exacto, cuando el terminador pasa por allí en torno a una edad lunar de 9 días, o en el momento simétrico del ciclo, en torno a la edad de 23 días. Unas horas arriba o abajo pueden bastar para perderse el espectáculo, por lo que este es uno de los accidentes lunáticos más preciados y difíciles de captar.
La Luna dice «sí»
Esta curiosidad lunar me la reveló el gran astrofotógrafo Juan Carlos Casado (starryearth.com). En la Luna hay escrito un gran «SÍ» con letras mayúsculas y es muy fácil de ver en fase llena. Las grandes letras se encuentran entre el cráter Arquímedes y los Apeninos y saltan a la vista cuando el cráter mencionado se coloca abajo.
Más sorpresas selenitas
Quien sienta pasión por las rarezas lunares podrá buscar otras muchas, porque nuestro satélite siempre está ahí para causar sorpresa. Un catálogo apasionante, aunque jamás completo, es el que nos propone Leonor Ana Hernández en astronomadas.com, en varios sitios pero, sobre todo, en su página «sorpresas selenitas».
Las personas enfermas del sano e insano virus de la observación lunar conocen rincones como, por ejemplo, el cráter relleno a rebosar de lava llamado Wargentin, la niña que juega al fútbol, o el corazón lunar. Hay un barbudo en el mar de las Lluvias, un cometa de piedra en el cráter Arquímedes y otro puente más, el de Newton, en el polo sur lunar.
La Luna es un paisaje siempre cambiante pero que, a su vez, cambia a toda persona que se asome a ella, y no hay duda de que Vd., si se une a este club, descubrirá en los paisajes selenitas sus propias sorpresas y locuras porque el panorama lunar, siempre no es de este mundo.
Más allá
Vamos a terminar con algunos comentarios que, esperamos, pueden animar a quien nos lea a perseverar en la observación de la Luna.
En primer lugar, si usted ha tenido dificultades para recorrer los paisajes lunares porque el telescopio no estaba bien orientado, lo que dificulta compensar la rotación terrestre, no desespere. En unos pocos capítulos más estará en condiciones de proceder a una puesta en estación canónica y, entonces, podrá regresar a este capítulo para comprobar todo lo que recomendamos observar y hacerlo aplicando distintos aumentos y sin problemas de seguimiento sidéreo.
En segundo lugar, el menú lunar que hemos propuesto no es más que el abc de la observación de nuestro satélite natural. La Luna brinda tantísimos detalles y paisajes que la fascinación y el espectáculo están garantizados por años, incluso con telescopios modestos.
Y en tercer y último lugar, no olvide que esta es una guía de iniciación absoluta y que, por tanto, incluso los paisajes que hemos seleccionado se describen con un grado de detalle muy escaso. Recurra a las fuentes recomendadas en la bibliografía para acceder a todo un caudal de información capaz de llevar el disfrute de la observación lunar a las cotas más elevadas.
Bibliografía y recursos
Fases de la Luna y edad de la Luna:
https://www.tutiempo.net/luna/fases.htm
https://www.fourmilab.ch/earthview/pacalc.html
Para aprovechar las indicaciones de este capítulo es necesario seguirlo con una cartografía lunar adecuada muy a mano, tanto en una primera lectura como a pie de telescopio. Hay muchísimas fuentes recomendables, pero a continuación proponemos algunos de los recursos, tanto impresos como en Internet, que consideramos más interesantes para la observación a nivel de iniciación y avanzado.
Mapa de la Luna en formato pdf. En la dirección que consta a continuación puede acceder a un mapa lunar sencillo que presenta la cara visible de la Luna con los accidentes etiquetados tanto en el sistema oficial internacional de la UAI, es decir, en latín, como con versiones en inglés de los nombres más relevantes:
https://astrostrona.pl/moon-map/
El mapa lunar en Internet de carácter interactivo más práctico y potente es, sin duda, el elaborado por ACT (Applied Coherent Technology) a partir de los datos de la misión estadounidense Lunar Reconnaisance Orbiter (LRO) y otras sondas. Este atlas permite añadir o retirar etiquetas, superponer rejillas de coordenadas y multitud de otras opciones. Se titula LRO Quick Map of the Moon y está accesible en:
https://quickmap.lroc.asu.edu/
La Fotografía Lunar del Día, Lunar Photo of the Day, es una página similar a la conocida APOD de la Nasa pero dedicada tan solo a la observación lunar:
https://www2.lpod.org
Varias de las ilustraciones de este capítulo no son más que enlaces al Consolidated Lunar Atlas, un recurso fotográfico en la red, del Lunar and Planetary Institute (LPI):
https://www.lpi.usra.edu/resources/cla/
No se pierdan el catálogo de fotografías lunares de Philipp Salzgeber:
https://www.salzgeber.at/category/astrophotography/lunar/
Si Vd. busca una cartografía lunar de iniciación, sin lugar a dudas la mejor disponible es la que incluye el libro Atlas del cielo nocturno, de Wil Tirion, que ofrece mapas lunares elaborados por el mayor experto mundial en la material, el ya fallecido Antonín Rükl:
Wil Tirion, Atlas del cielo nocturno, ediciones Akal.
La cartografía avanzada más fácil de conseguir está en inglés, pero es de consulta muy sencilla, y se encuentra en la obra:
Maurice J.S. Collins y Charles A. Wood, 21st Century Atlas of the Moon, West Virginia University Press.
Un libro excelente, ideal para la iniciación, que sigue la filosofía adoptada en este capítulo de describir la Luna día a día a lo largo de todo un ciclo, es el siguiente:
S.M. Chong, Albert C.H. Lim y P.S. Ang, Atlas fotográfico de la Luna, ediciones Akal.
Por desgracia esta obra está agotada, pero pueden conseguirse ejemplares de segunda mano y no hay que perder la esperanza de que la editorial la reedite en un futuro no muy lejano.
Y la biblia indiscutida de la observación lunar es el magnífico volumen, completísimo, de Gerald North titulado Guía para observar la Luna, editado en nuestro idioma por Omega y que, sin ser un producto barato, vale todo lo que cuesta por la cantidad y calidad de sus contenidos. Si usted tiene interés por la observación lunar no debe dudarlo ni un segundo a la hora de conseguir su ejemplar cuanto antes.