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Josep Comas i Solà, ojo de halcón

Autoría: David Galadí Enríquez

astronomía , biografía , observación

Una persona que pretenda jugar al baloncesto al primer nivel mundial debe cumplir unos requisitos físicos imprescindibles, con la estatura elevada en primer lugar. Todo el mundo conoce a alguna persona con agudeza visual excepcional. Hubo un tiempo en que una vista excelente era un requisito imprescindible para dedicarse a algunas disciplinas científicas, como por ejemplo aquellas partes de la astronomía o las ciencias de la vida que necesitaban el uso visual del telescopio o el microscopio. El catalán Josep Comas i Solà (1868-1937) fue una persona de agudeza visual extrema, tan elevada que resultaría increíble si no fuera porque algunas de sus observaciones, en el límite de lo sobrehumano, han quedado documentadas y su veracidad se ha comprobado más tarde con medios técnicos modernos.

Comas observó, por ejemplo, que el disco de Ío, satélite de Júpiter, parece estar achatado y distinguió en su interior una banda oscura de norte a sur, en una correspondencia perfecta con los rasgos que se detectan hoy día por medio de cámaras digitales y técnicas especiales desde la Tierra, o con lo observado por las sondas espaciales. También se percató de que Titán, satélite de Saturno, tenía atmósfera al observar que su disco es más tenue hacia el borde que hacia el centro. El tamaño aparente de estos astros vistos desde la Tierra se parece al de una moneda de un euro colocada a unos 4.5 km de distancia: distinguir detalles tan finos incluso con telescopio supone una proeza abrumadora.

Para el baloncesto la estatura debe ir acompañada de fuerza, agilidad y adaptación al trabajo en equipo. De un modo parecido, la vista humana no depende solo de la anatomía del globo ocular, sino que requiere además unas aptitudes mentales que se concretan en un «sistema de proceso de datos» entrenado y, en lo posible, de carácter objetivo. Comas destacó también por la imparcialidad con que descifraba la información visual, lo que lo movió a oponerse a la teoría de los canales marcianos de Lowell (que atribuía, correctamente, a una interpretación errónea de las imágenes).

Comas contribuyó a otros aspectos destacados de la astronomía observacional, tanto de manera visual como por medio de la fotografía, que por entonces era una tecnología de vanguardia. Se dedicó además de manera muy activa a la divulgación de la ciencia, así como a su fomento a nivel académico y técnico promoviendo, por ejemplo, la fundación del Observatori Fabra. El sentido crítico que aplicaba a las observaciones lo infundía también en la ciencia y la cultura populares: fue así un crítico escéptico implacable de las seudociencias de moda en su época, como el espiritismo.

Comas i Solà fue el astrónomo español más conocido en su momento (un gran cráter de Marte lleva su nombre), y uno de los miembros más destacados del incipiente brote cultural y científico que sucedió en la España de principios del siglo XX y que se conoce a veces como las generaciones de plata. Comas falleció en diciembre de 1937, cuando el país se dedicaba concienzudamente, y con gran éxito, a sacrificar el esfuerzo y la vida de varias generaciones con el fin de que España volviera a ser un páramo intelectual. Al entierro de este astrónomo acudieron, en una Barcelona sobre la que llovían bombas, unas multitudes que hoy solo congregaría el fallecimiento de un futbolista o de un torero.

Comas i Solà nos gusta por sus dotes sobrehumanas aplicadas a la ciencia, y por su entrega personal a favor de la cultura y el progreso técnico y humano. Nos fascina por la claridad de sus juicios, adelantados a su tiempo, y por brindar un destello fugaz de lo que podría haber sido España. Con vista de halcón, un mirlo blanco.

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