3. Observar el cielo estrellado a simple vista

Por David Galadí Enríquez

Vamos a aprender a mirar las constelaciones, reconocer algunas de ellas y distinguir las estrellas que contienen según su brillo. Nos serviremos para ello de los conocimientos adquiridos en la primera entrega de esta serie (localización de los puntos cardinales) y utilizaremos de manera elemental algunos mapas o diagramas del cielo.

Las estrellas están ahí en cualquier noche despejada. La mayoría de las personas de hoy día no presta una atención especial al firmamento y, para ellas, esas lucecitas que brillan en el cielo no se distinguen unas de otras. Puede que algún lucero más llamativo que otro haga que alguien se fije un instante en el espectáculo, pero lo normal es considerar el firmamento un telón de fondo aleatorio en el que no hay objetos que se distingan de manera individual.

Sin embargo, y por supuesto, nada más lejos de la realidad. Por más difícil que nos lo ponga la contaminación lumínica de las poblaciones actuales, sí que es posible, incluso bajo el cielo mediocre de una ciudad mediana, encontrar patrones entre las estrellas, reconocer dibujos fijos y astros a los que llamar por sus nombres. Una vez se ha aprendido a seguir el camino entre las constelaciones el cielo cambia de aspecto para siempre y lo que se ve en él pasa a ser tan reconocible y personal como el mapa de nuestra ciudad o de nuestro barrio.

Figura 1. No siempre se puede elegir: la vista del cielo desde el lugar de residencia puede obligar a una orientación determinada, o incluir obstáculos considerables en el campo de visión, por no hablar de la contaminación lumínica. Dos imágenes del cielo con Luna en condiciones muy distintas: izquierda, desde Calar Alto el 18 de marzo de 2013 (fotografía de Gilles Bergond); derecha, desde el Albaicín en Granada el 4 de octubre de 2019.

Pero ¿cómo hacerlo? ¿Qué guía seguir para orientarse entre ese desconcierto de luces que cambian en el cielo, tanto a lo largo de la noche como de una estación del año a otra? Lo primero necesario es ubicar los puntos cardinales en el lugar de observación, para lo que pueden ser muy útiles los consejos que se ofrecen en el primer capítulo de esta guía de iniciación. El punto siguiente, cómo no, consiste en elegir hacia dónde mirar. Si se pretende reconocer el firmamento desde una ventana o un balcón de una vivienda, el margen de elección se estrecha bastante, porque se imponen las limitaciones debidas a la orientación del edificio y a los posibles obstáculos que haya en el panorama. Pero, si cabe una mínima elección (desde un llano, una plaza, una azotea), en general, y después de haber identificado el polo celeste, conviene que las personas que habiten el hemisferio norte hagan lo posible por dirigir la mirada hacia el sur, mientras que desde el hemisferio austral interesará, en general, explorar la parte del cielo que cae hacia el norte.

La fuente principal de desconcierto consiste en el cambio tanto horario como estacional de lo que se ve en el cielo, debido a que lo miramos desde una plataforma, la Tierra, que se encuentra en movimiento tanto de rotación alrededor de su eje como de traslación en torno al Sol. Más adelante, en esta serie de artículos, aclararemos con más detalle los efectos de esos movimientos. Por ahora vamos a fijar una hora aproximada para la observación, digamos que dos horas antes de la medianoche solar local. Por supuesto, esta referencia temporal se traduce a hora oficial de reloj de una manera compleja y que depende del huso horario del país en que se viva, con una posible corrección adicional debida al cambio entre horarios oficiales de verano y de invierno. Pero basta observar aproximadamente sobre qué hora oficial del día el Sol se encuentra más alto sobre el horizonte y programar la mirada al cielo para unas diez horas más tarde. En el caso de la parte europea de España, de acuerdo con la normativa vigente en el momento de redactar estas líneas y de manera aproximada, esto nos sitúa hacia las 23 horas oficiales cuando rija el horario de invierno y hacia las 0 horas oficiales en horario de verano.

Mapas celestes

Ha llegado el momento de recurrir a alguna ayuda adicional en forma de mapa del cielo. Hay disponibles distintas guías que pueden resultar útiles (véase el apartado de bibliografía al final de este capítulo). El objetivo es encontrar algún mapa que represente el aspecto del cielo hacia la fecha y hora de observación.

También puede utilizarse un dispositivo que recibe nombres diversos, como planisferio giratorio o buscador de estrellas. Se trata de mapas que abarcan aproximadamente la mitad del cielo, que se producen tanto para el hemisferio norte como para el sur, y que cuentan con una ventanita móvil y un sistema de limbos graduados de uso muy sencillo: basta hacer coincidir la hora solar local de observación con la fecha para que la ventana móvil muestre, de manera aproximada, el cielo que hay ahora a la vista. Un problema insuperable de este tipo de dispositivos es que nadie ha dado hasta ahora con un diseño práctico que sea útil para latitudes cercanas al ecuador de la Tierra.

Figura 2. Dos ejemplos de planisferio celeste giratorio. Uno para el hemisferio norte (izquierda) y otro para el sur. Para su uso basta hacer coincidir el macador de la hora solar con el indicador de la fecha actual, y la ventana mostrará el cielo que hay a la vista.

En estos tiempos modernos cabe, además, recurrir a programas informáticos. Una computadora portátil en la que se instale el programa gratuito Stellarium se convierte en todo un planetario. Hay que hacerse un poco con el programa para introducir, al menos de manera aproximada, la ubicación del sitio de observación. Finalmente, hay algunas aplicaciones para teléfonos móviles que actúan como sistemas de «realidad aumentada»: leen la ubicación y la hora del aparato y, al encarar el instrumento hacia el cielo, la pantalla reproduce un mapa del panorama celeste que hay detrás.

En este articulito solo podemos ofrecer un remedo rudimentario de las prestaciones que brindan los mapas, planisferios giratorios o programas informáticos. Pero puede que nuestras indicaciones basten para iniciarse.

El brillo de las estrellas: magnitudes estelares

Pero antes de usar los mapas y reconocer «cosas» ahí arriba nos conviene aclarar de qué manera describimos el brillo aparente de las estrellas. El sistema que se emplea para ello data de la antigüedad clásica: el primer registro escrito conocido data de Hiparco de Nicea, en el siglo II antes de nuestra era, pero sin duda se trata de un método muy anterior. En tiempos modernos este procedimiento se ha formalizado de manera matemática y supone la base incluso del sistema de medida de brillos de los aparatos espaciales más modernos y sofisticados. Pero al nivel de este curso introductorio podemos describir el sistema de magnitudes estelares de la manera simple habitual.

La idea consiste tan solo en clasificar las estrellas visibles en seis categorías, según su brillo. Los luceros más brillantes pertenecen a la primera magnitud. Las estrellitas más débiles que llegan a distinguirse a simple vista desde lugares oscuros se llaman de sexta magnitud. Y, por supuesto, entre ambos extremos se extienden estrellas de las magnitudes segunda, tercera, cuarta y quinta, siempre en orden de brillo aparente cada vez menor.

En algún momento, más adelante, emplearemos prismáticos o incluso, quizá, un telescopio para mirar las estrellas. Entonces nos daremos cuenta de un hecho que sorprendió y maravilló a Galileo la primera vez que exploró los cielos con ayuda óptica: que hay por todos sitios estrellas más débiles que las de sexta magnitud. Seguro que usted ya ha adivinado que, tras la invención de los telescopios y aparatos similares, hubo que extender la vetusta escala de magnitudes de Hiparco más allá de la sexta, para abarcar las magnitudes sétima, octava, novena… En principio no hay límite superior para la categoría correspondiente a las estrellas más débiles porque siempre, con un telescopio más potente, se pueden revelar objetos que eran inaccesibles, por su escaso brillo, si se usan aparatos menores. Con unos prismáticos normales no cuesta llegar a captar estrellas de la octava magnitud bajo un cielo oscuro.

Asterismos

El sistema de percepción humano es muy bueno a la hora de identificar patrones. Basta dispersar un conjunto de bolitas o trozos de papel sobre una mesa, o mirar un rato hacia las nubes, para que la mente juegue por sí sola a reconocer formas, dibujos, patrones, esquemas, líneas que van de un lugar a otro, cuadrados, rombos, cruces, letras, rostros, animales. Las nubes cambian de forma, pero las estrellas del cielo no alteran sus posiciones relativas a la escala temporal humana, de modo que podemos jugar a identificar figuras que seguirán ahí para siempre. Eso es lo que han hecho generaciones de personas a lo largo de la historia. Cada patrón o figura trazado en el cielo uniendo las estrellas mediante líneas se llama asterismo.

 

Figura 3. El asterismo de «la tetera» de sagitario. Obsérvese cómo la luz difusa de la Vía Láctea parece manar del pitorro de la vasija. El norte está arriba y el este a la izquierda en esta representación que abarca unos diez grados de alto.

Cualquiera puede inventarse sus propios asterismos. Pero es cierto que hay algunos muy tradicionales, dibujos estrellados que pasan de generación en generación y que, a menudo, poseen cierta importancia cultural y forman parte de las tradiciones de los pueblos, aparecen en relatos antiguos o se citan en canciones. En los esquemas adjuntos trazamos algunos asterismos habituales tomados de libros de astronomía popular. Pero la libertad para trazar figuras es total: no son pocas las personas que ven una cafetera de diseño italiano entre las estrellas de Orión (una de las áreas especiales que trataremos luego), y muchísima gente reconoce una tetera como el asterismo más evidente en la región de Sagitario (típica de los cielos de julio).

Constelaciones

Hoy día conviene respetar una distinción que en tiempos antiguos no resultaba tan relevante, y es la diferencia entre asterismo y constelación.

Por lo que hemos explicado antes queda claro que un asterismo es cualquier dibujo trazado con estrellas que se nos pueda ocurrir. La libertad de diseño y elección es absoluta y, con el permiso de mapas y tradiciones, en realidad no existen asterismos «oficiales» ni de interpretación obligatoria. Dibujar en Orión un gigante armado o una cafetera italiana es igual de digno y de respetable, y la libertad personal solo tiene por límite la creatividad de cada cual.

Figura 4. Parte de las constelaciones de Andrómeda y Pegaso. Se traza en rojo la frontera de la constelación de Andrómeda. Su asterismo más destacado tiene forma de cuerno o bocina, mientras que el asterismo principal de Pegaso es un cuadrado. Se indica la posición de la galaxia de Andrómeda.

Sin embargo, hoy día el cielo entero se encuentra organizado en trozos, áreas, a modo de países o regiones dibujados con tinta sobre el firmamento. Este, y no otro, es el concepto riguroso de constelación: un trozo, área, región de la esfera celeste con fronteras definidas con precisión total por la Unión Astronómica Internacional (UAI). Se trata de límites arbitrarios, convencionales. La UAI colocó esas fronteras donde consideró oportuno, y según criterios que podrían haber sido distintos. Se reconocen así, en total, ochenta y ocho constelaciones cuyos nombres y fronteras, por más arbitraria que sea su definición, hay que respetar con todo cuidado si no queremos que la nomenclatura y clasificación de los astros se convierta en un caos.

Si los asterismos son dibujitos hechos con estrellas, las constelaciones corresponden a trozos enteros del firmamento con todo lo que caiga en su interior. Así, por ejemplo, en la región celeste o constelación de Andrómeda es fácil reconocer un asterismo con forma de cuerno o bocina, trazado a base de estrellas. Pero en el interior de la región reconocida por la UAI como constelación de Andrómeda están esas estrellas y muchísimas otras cosas más, normalmente sin relación física entre ellas y situadas a las distancias más diversas, desde estrellas cercanas hasta nebulosas, cúmulos estelares o galaxias muy, muy lejanas (sin ir más lejos, la famosísima galaxia de Andrómeda se llama así porque cae dentro de esta constelación, que le da nombre).

La región del ecuador celeste

Nuestro objetivo a continuación es dirigir la mirada, a la hora elegida, hacia la región del ecuador celeste. Si se han seguido las indicaciones de la primera lección, entonces debe estar localizada la región del polo celeste visible desde el sitio de observación, y la línea del ecuador celeste se extenderá por el firmamento a noventa grados de distancia angular de ese polo. Ubiquemos también la línea del meridiano local, es decir, la línea imaginaria que va desde el polo celeste visible hasta el punto más alto del cielo (el cenit) y que se prolonga hacia la región opuesta al polo y llega al horizonte. Las cosas del cielo siempre se ven mejor cuando pasan por el meridiano porque, en ese momento, su altura sobre el horizonte es la mayor posible.

Ahora, dependiendo de la época del año, proponemos tratar de localizar en esa parte del cielo algunas de sus constelaciones características. La Tabla 1 da los nombres de algunas regiones celestes que deben estar cerca del meridiano a la hora propuesta (dos horas antes de la medianoche solar local), según la época del año. Sin embargo, algunas de esas zonas están bastante despobladas de estrellas brillantes y no contienen asterismos atractivos para iniciarse. Por eso no vamos a dar aquí indicaciones para localizar todas y cada una de esa docena de áreas celestes. Lo que haremos en su lugar es ofrecer diagramas para tan solo cuatro de esas posibles zonas: nuestras «zonas especiales». En general, las cuatro zonas especiales elegidas no estarán en el punto más alto del cielo cuando salgamos a observar, pero las indicaciones de la tabla deberían ayudar a localizarlas.

Tabla 1. La tabla muestra las áreas del ecuador celeste que cruzan el meridiano dos horas antes de la medianoche solar local para cada mes del año. La tercera columna indica en qué posición buscar, cada mes, nuestras áreas especiales seleccionadas. La tabla es válida para todo el planeta.

Nuestras cuatro zonas especiales (Orión, Leo, Águila y Pegaso-Ballena) no se han elegido por contener estrellas de un brillo muy destacado, sino por encontrarse en la región ecuatorial y presentar patrones de estrellas (asterismos) que, aunque no siempre incluyan astros muy brillantes, sí son bastante característicos y fáciles de identificar. Hay que tener en cuenta que la contaminación lumínica puede complicar el reconocimiento de los astros más débiles, es decir, que normalmente costará distinguir sobre el cielo real las estrellas menos destacadas reflejadas en nuestros diagramas. Por otra parte, no olvidemos que quienes observen desde el hemisferio norte verán estas zonas con el norte más o menos hacia arriba, mientras que al observar desde el hemisferio sur los patrones estelares se mostrarán con el sur más bien arriba y el norte situado abajo.

Cuatro regiones especiales

¿Todo a punto para mirar al cielo? Con la ayuda del libro, mapa, planisferio giratorio o programa informático elegido, o bien mediante los esquemas que damos en este articulito, vamos a tratar de ver alguna de nuestras cuatro regiones especiales. ¿Qué hay que buscar?

En el primer trimestre del año proponemos ubicar la zona de Orión. Esta es la única de nuestras regiones especiales que contiene una cantidad muy destacada de estrellas de primera magnitud. Como se indica en nuestros esquemas y puede comprobarse en los mapas celestes de cualquier tipo, es tradicional etiquetar las estrellas dentro de cada constelación por medio de letras griegas minúsculas. La tabla adjunta puede ayudar a manejarse con este átomo de erudición clásica que resulta casi imprescindible para desenvolverse en astronomía práctica. Las letras griegas se asignan normalmente (¡aunque no siempre!) por orden de brillo decreciente, de modo que las estrellas más brillantes dentro de cada constelación acostumbran a tener las primeras etiquetas de la tabla: alfa, beta, gamma, delta… Por supuesto, muchas de las estrellas más llamativas, de las magnitudes primera y segunda, suelen tener, además, nombres tradicionales propios que también conviene aprender.

Tabla 2. El alfabeto griego. Letras minúsculas y sus nombres en castellano según la Real Academia Española. Estos signos se emplean para etiquetar, dentro de cada constelación, las estrellas más destacadas.

El asterismo más fácil de reconocer en Orión es el llamado Cuadrado de Orión. Este cuadrado es más bien en realidad un rectángulo bastante deforme formado por estrellas de primera magnitud (alfa, beta, gamma y cappa) y que tiene en su centro un trío de estrellas de segunda magnitud muy llamativo, las conocidas como Tres Marías o Cinturón de Orión (delta, épsilon, dseda), que caen casi justo sobre el ecuador celeste. Las Tres Marías marcan el camino hacia otras zonas celestes cercanas: si se prolonga su línea hacia el norte se llega a Tauro con la estrella rojiza Aldebarán. Si se sigue hacia el sur acabamos llegando a la estrella blanca Sirio, la más brillante de todo el firmamento nocturno en la Tierra.

Figura 5. La zona de Orión para observatorios boreales.

Figura 6. La zona de Orión para observatorios australes.

El trimestre de abril a junio es adecuado para localizar la zona de Leo, que cae unos veinte grados al norte del ecuador, por lo que se puede ver algo baja desde el hemisferio sur de la Tierra. Aun así, el asterismo más conocido de esta área suele ser fácil de reconocer. Destaca la estrella de primera magnitud Régulo. La cabeza y el pecho del León dibujan un gancho o anzuelo, incluso hay quien ve una hoz. La estrella que marca la cola del León se llama Denébola, palabra que procede la una expresión árabe que significa… «la cola del león», naturalmente.

Figura 7. La región celeste de Leo para observatorios boreales.

Figura 8. La región celeste de Leo para observatorios australes.

Entre julio y setiembre busquemos la zona del Águila, en la que destaca la estrella de primera magnitud Altair, que se reconoce ante todo por su brillo y, también, porque está flanqueada por otros dos astros (beta y gamma) que forman con ella un trío muy simétrico. Diez grados al norte de Altair se encuentra la constelación de la Flecha, con su débil y característico asterismo que se asemeja a una saeta. Forma triángulo equilátero con Altair y la Flecha el asterismo con forma de cometa (juguete volador, barrilete o papalote) de la constelación del Delfín.

Figura 9. Región celeste del Águila para observatorios boreales.

Figura 10. Región celeste del Águila para observatorios australes.

En el último trimestre del año proponemos localizar la región de Pegaso y la Ballena. Pegaso traza un gran cuadrado casi perfecto, centrado treinta grados al norte del ecuador y que mide unos quince grados en cada costado. El lado del cuadrado de Pegaso formado por las estrellas Alpheratz (alfa) y gamma marca casi exactamente el meridiano cero celeste. Por cierto, Alpheratz sirve para trazar el asterismo del cuadrado de Pegaso, pero además, formalmente y según las fronteras arbitrarias decididas por la UAI, se encuentra dentro de la constelación de Andrómeda (de hecho es la estrella alfa de Andrómeda).

Figura 11. La gran zona ecuatorial de Pegaso (arriba a la derecha) y la Ballena (abajo a la izquierda), representada para observatorios boreales. El meridiano celeste cero sigue casi exactamente el costado izquierdo del Cuadrado de Pegaso.

Figura 12. La gran zona ecuatorial de Pegaso (abajo a la izquierda) y la Ballena (arriba a la derecha), representada para observatorios australes. El meridiano celeste cero sigue casi exactamente el costado derecho del Cuadrado de Pegaso.

Como el cuadrado de Pegaso está bastante al norte, puede que quienes observen desde el hemisferio sur tengan más fácil localizar la constelación austral de la Ballena. Entre sus estrellas más brillantes está alfa, o Menkar, situada muy cerca del ecuador y que corresponde a la zona celeste que solía identificarse con la cabeza del monstruo marino. Sin embargo, es más brillante la estrella beta, o Deneb Kaitos, ubicada más hacia el oeste (a la izquierda si se observa desde el hemisferio sur, a la derecha para observatorios boreales) y veinte grados al sur del ecuador. La estrella ómicron de la Ballena, también llamada Mira Ceti o, simplemente, Mira, fue la primera estrella variable conocida y bien podría ser visible como un astro de magnitud dos que resultar totalmente invisible si se halla en una de sus etapas de bajada de brillo.

Regiones ricas y pobres

¿Cuántas estrellas hay en el cielo? Depende de cómo se observe. Para empezar, no es lo mismo mirar desde un sitio con mucha contaminación lumínica que desde un lugar oscuro y en condiciones meteorológicas óptimas. La trasparencia del aire desempeña aquí un papel crucial que, normalmente, nos hará preferir los observatorios de montaña frente a los situados al borde del mar. Si se observa a simple vista, la definición de la escala de magnitudes indica que en las mejores condiciones imaginables podemos aspirar a ver estrellas hasta de sexta magnitud. Hay personas que afirman disfrutar de una vista excepcional y que, desde sitios de observación anormalmente óptimos, alcanzan incluso a atisbar astros de sétima magnitud. No importa discutir hasta qué punto vale la pena dar crédito, o no, a las afirmaciones de este tipo. Basta comprender que las personas normales, situadas en lugares corrientes, tendrán la sexta magnitud como límite habitual absoluto a simple vista. Con prismáticos podemos alcanzar estrellas menos brillantes, quizá hasta de la octava magnitud, como hemos indicado más arriba.

Hoy en día todas estas estrellas accesibles a la visión humana, sin ayuda óptica o con prismáticos, están catalogadas y caracterizadas, por lo que resulta muy sencillo contarlas. La tabla adjunta muestra cuántas estrellas hay en el cielo si se cuentan todas las que son más brillantes que cierto límite. Por ejemplo, la fila correspondiente a la quinta magnitud indica el número de estrellas que hay en el cielo de la Tierra que son más brillantes que magnitud 5.0, es decir, magnitud igual o inferior a ese valor.

Tabla 3. Número de estrellas que hay en el cielo de la Tierra hasta cierto límite de magnitud.

Pero claro, el recuento abarca todo el firmamento y desde cualquier lugar de observación siempre hay al menos una mitad del cielo oculta por el terreno. Así que lo máximo a lo que podría aspirarse es a ver, en un momento cualquiera, la mitad de las estrellas indicadas para cada límite de magnitud. La situación empeora aún más si se tiene en cuenta que la atmósfera, por muy limpia que esté, siempre atenúa el brillo de las estrellas más cercanas al horizonte, por lo que al dividir los números de la tabla y la gráfica entre dos siempre resultará un límite superior, en general bastante optimista.

Esas estrellas no se reparten por el cielo de manera uniforme. Hay zonas del firmamento con más riqueza de estrellas brillantes, como lo demuestran ya de entrada las diferencias entre nuestras cuatro zonas especiales. Por eso tiene sentido preguntarse, ¿adónde debería dirigir la mirada para disfrutar del panorama estelar más rico? ¿Estará esa zona del cielo a mi alcance desde mi lugar de observación habitual?

Para resolver este problema hay que decidir qué campo de visión se considera. El campo visual humano alcanza y casi supera los 180 grados, es decir, siempre poseemos cierto nivel de percepción de lo que ocurre no ya delante de los ojos, sino incluso en direcciones laterales. Pero también es cierto que el nivel de detalle que se percibe en la periferia del campo visual es limitadísimo. En lo que sigue aceptaremos que el panorama que podemos contemplar con consciencia más o menos completa de lo que contiene abarca unos 40 grados de diámetro. Si recordamos que una regla sostenida con el brazo extendido hace que un centímetro equivalga a un grado, obtendremos una idea aproximada de lo que significa esto: 40 centímetros de una regla situada a 60 cm de distancia del ojo.

El veredicto resulta bastante contundente. Dentro de un campo de visión de 40 grados de diámetro y si se cuentan estrellas hasta de sexta magnitud, hay que mirar hacia la constelación austral de la Vela y centrando, a ser posible, la mirada en el área del cúmulo estelar IC 2341, que contiene la estrella (accesible a simple vista) ómicron de la Vela. Una vista aguda podrá contar hasta 324 estrellas dentro de este campo de visión, desde un lugar oscuro. Este espectáculo solo está accesible para habitantes del hemisferio sur y se disfruta mejor en los meses de enero a marzo, o sea, en pleno verano. No se puede pedir más.

Si el cielo está afectado por cierta contaminación lumínica y solo se llega a distinguir estrellas hasta la quinta magnitud, entonces el campo óptimo de 40 grados de diámetro se desplaza unos grados hasta el entorno de la estrella eta de la constelación de la Carena, aún más hacia el sur.

La población del hemisferio norte solo puede disfrutar de campos de 40 grados de ancho y ricos si se consideran observatorios  bastante afectados por la contaminación luminica. El área en que se pueden observar de un solo golpe de vista más estrellas de magnitudes primera (cuatro en total) o primera y segunda (hasta nueve) es el centro del cuadrado formado por las estrellas Proción (Can Menor), Betelgueuse y Rigel (Orión) y Sirio (Can Mayor), punto que cae casi justo en el ecuador celeste y que se observa en condiciones óptimas en los meses de diciembre y enero. Este punto se indica con una cruz amarilla en nuestros esquemas de Orión para los hemisferios norte y sur.

Si consideramos campos de visión intermedios, digamos de 10 grados de diámetro, solo podremos ver más de una estrella de primera magnitud (de hecho, nada más que dos) si dirigimos la mirada al par de astros de esta categoría más cercanos entre sí: alfa y beta del Centauro, de nuevo en el hemisferio austral y fuera de alcance de quien viva en el norte del planeta. Pero si admitimos estrellas hasta de magnitudes segunda, tercera, cuarta o quinta la zona privilegiada se traslada al centro aproximado de Orión. No hay lugar del cielo con mayor concentración de estrellas hasta magnitud quinta en un diámetro de 10 grados que el campo centrado en la nebulosa de Orión.

Al pasar a magnitud sexta, el campo óptimo de 10 grados de ancho se desplaza a la zona austral que marca la frontera entre las constelaciones de la Carena y el Centauro, justo entre las estrellas eta de la Carena y alfa de la Cruz del Sur. Esta misma es la mejor zona para disfrutar con prismáticos de campo amplio, porque es la que concentra más estrellas hasta magnitud 8 en círculos con diámetros de 10, 5 y 3 grados.

La cosa cambia cuando se consideran campos de visión realmente estrechos como, por ejemplo, de un grado de diámetro, es decir, tan solo del doble del ancho del disco lunar. En esta categoría triunfa ampliamente el campo de visión del cúmulo estelar boreal de las Pléyades, en la constelación de Tauro, aunque hay una zona austral que no le va muy a la zaga e, incluso, iguala en esplendor el campo de un grado centrado en las Siete Hermanas si se coloca el límite en magnitudes siete u ocho: el cúmulo estelar IC 2602, en la Carena, conjunto que, quizá por esto, recibe el justo apodo de Pléyades del Sur.

Bibliografía y recursos

No hay mejor guía de iniciación para orientarse en el cielo a simple vista que el libro Un paseo por las estrellas, de Milton D. Heifetz y Wil Tirion (Ediciones Akal). Por desgracia, este trabajo cubre solo el hemisferio boreal. Existe una versión austral de esta misma guía, pero por ahora no se ha traducido al castellano y circula en su forma original en lengua inglesa: A Walk Through the Southern Sky (Cambridge University Press).

Hay varios libros compactos, guías visuales del cielo, que incluyen mapas mensuales sencillos, ideales para dar los primeros pasos por el cielo. Entre ellas se encuentra el libro de Ian Ridpath y Wil Tirion Estrellas y planetas (Ediciones Omega).

Hay planisferios celestes giratorios (buscadores de estrellas) de varios tipos y suelen estar disponibles en las tiendas de los museos de ciencia y en algunas librerías. En la red hay disponibles tutoriales para aprender su manejo, que es extremadamente sencillo. Véanse los comentarios de AstroAfición y de la Olimpiada Argentina de Astronomía.

El programa informático más recomendable para reproducir el cielo en la computadora es, sin lugar a dudas, Stellarium. Está disponible de manera gratuita para muchos sistemas operativos.

Hay varias aplicaciones gratuitas para dispositivos móviles (teléfonos o tabletas) que representan el cielo en tiempo real. Entre ellas, SkyMap, Sky View, y otras.Véanse algunas opciones en este enlace, en este otro y, finalmente, también en este.