¿Qué es una superluna? ¿Cambia la Luna de color? ¿Influye en las mareas?
Solo hay que levantar de vez en cuando la vista al cielo para observar, tanto de día como de noche, que la Luna va cambiando de aspecto. El motivo principal de estos cambios son las distintas fases de la Luna y también sus tipos.
Sabemos que la Luna es una esfera sólida que no emite luz propia, sino que debe todo su brillo aparente a la luz que refleja procedente del Sol. Justo a eso se deben los cambios de forma de su parte iluminada. Resumiendo mucho, la Luna llena o plenilunio se produce cuando nuestro planeta se encuentra situado entre el Sol y la Luna, casi alineados. En ese momento, el ángulo de elongación o de fase del satélite es de 180° y la iluminación es del cien por cien.
Sin embargo, no todas las lunas llenas tienen el mismo aspecto. A veces nuestro satélite se ve de color rojizo, otras parece más grande de lo normal… pero no es ella la que cambia de color o de tamaño. Estos cambios en su aspecto suelen estar relacionados con la posición que ocupa con respecto al Sol y a la Tierra.
¿Cuándo ocurre la superluna?
El investigador Miquel Serra Ricart, del Instituto de Astrofísica de Canarias, explica que la Luna orbita alrededor de la Tierra con un periodo de aproximadamente 27 días si se toman como referencia las estrellas lejanas, pero como durante ese tiempo nuestro planeta también se mueve alrededor del Sol, esto hace que cada ciclo lunar visto desde nuestro planeta se alargue hasta unos 29 días en promedio para la repetición de la misma fase lunar (por ejemplo, entre una Luna llena y la siguiente). Pero además, esta órbita no es circular, sino elíptica, con un punto denominado apogeo donde la Luna está más alejada de la Tierra y otro más cercano llamado perigeo, donde sucede lo contrario.
La superluna ocurre de 3 a 5 veces al año, cuando ese perigeo se produce cerca de la fase de Luna llena.
El término superluna fue acuñado a finales de los años 70 de una forma poco científica, cuando el astrólogo (que no astrónomo) Richard Nolle lo mencionó en el magazín Dell Horoscope para referirse a una Luna llena o nueva que se produjeran cercanas al perigeo, el punto de la órbita lunar más cercano a nuestro planeta. El término se popularizó solo para los plenilunios y hoy día hace referencia a la percepción que tenemos desde la Tierra del mayor diámetro y brillo de la Luna llena.
Se ha calculado que en el periodo de 5000 años que va desde 1999 a.C. hasta el 3000 d.C., la distancia del perigeo lunar habrá variado desde 356 355 a 370 399 km, mientras que el apogeo lunar variará de 404 042 a 406 725 km. Concretamente en 2016 se registró una de las superlunas del siglo, ya que fue la coincidencia más exacta del plenilunio y del perigeo desde el 26 de enero de 1948. Aquel 14 de noviembre la superluna estuvo a 356 523 km, un espectáculo astronómico que se pudo observar también la noche anterior y posterior. Habrá que esperar hasta el 25 de noviembre de 2034 para que se aproxime todavía más, a 356 448 km.
¿Se pueden percibir las diferencias de la superluna a ojo?
Es cierto que una Luna llena cercana al perigeo, una superluna, aparece en el cielo más grande y bastante más brillante que una Luna llena normal. Sin embargo, conviene advertir que a simple vista no se percibe este incremento de tamaño o de brillo, porque la mente humana es muy mala recordando este tipo de detalles. Solo si se efectúan medidas con telescopios y aparatos precisos se puede comprobar el efecto de la superluna. Aun así, nada nos impide contemplar las superlunas de este año siendo conscientes de su brillo y cercanía, aunque no se perciba de manera sencilla.
El incremento del diámetro aparente de nuestro satélite natural alcanza hasta un 14 por ciento cuando se compara una Luna llena en el perigeo (una superluna) con una Luna llena en el apogeo. Este aumento del diámetro implica un incremento del brillo aparente de nada menos que del 30 por ciento respecto a una Luna llena en el apogeo. Esta diferencia de luminosidad existe, es real y puede medirse, pero al observar a simple vista puede quedar enmascarada muy fácilmente por las nubes, la extinción de la luz debida a la atmósfera (que es muy variable), la altura de la Luna sobre el horizonte, o la contaminación lumínica de nuestros pueblos y ciudades.
En realidad no hay reglas flotando en el cielo para medir los diámetros de la Luna, aunque los científicos sí tienen algunas herramientas para valorarlo. “Calculamos el cambio angular aparente en la Luna llena”, señala Serra, quien apunta que la diferencia máxima de tamaño angular de la luna llena entre el apogeo y el perigeo (superluna) es de cuatro minutos de arco.
“Como referencia podemos tomar el tamaño que ocupa en el cielo nuestro dedo meñique cuando lo observamos con el brazo extendido, que es de sesenta minutos de arco –compara–. En promedio, la luna llena tiene un tamaño angular (diámetro aparente) de 30 minutos de arco: ¡la mitad del dedo meñique!”.
Por tanto, en la situación más favorable, una superluna tendrá un diámetro cuatro minutos de arco mayor que una Luna llena en el apogeo, es decir, el incremento de diámetro angular es de solo la quinceava parte del tamaño angular de nuestro dedo meñique. “Realmente es muy difícil distinguirlo a simple vista”, reconoce el astrónomo, pero el efecto es real. El aumento del brillo es aún mayor, porque el resplandor aparente del disco lunar crece con el cuadrado del diámetro, al estar relacionado con el área aparente del disco. Pero, aun así, no es sencillo captar este cambio sin instrumentos complejos.
Influencia en las mareas
A veces se sugiere que el incremento de la atracción gravitatoria entre la Tierra y la Luna durante una superluna podría producir perturbaciones geológicas, como terremotos o tsunamis, pero en realidad ese incremento es demasiado pequeño para causar tales efectos. El único efecto que se puede observar en nuestro planeta es que las mareas sean un poco más vivas de lo habitual, además del espectáculo que supone disfrutar de la Luna en todo su esplendor.
Según explica la NASA, las mareas altas y bajas serán más extremas con una Luna llena de perigeo y más aún en casos de perigeo extremo. Los extremos son mayores debido a la diferencia en la atracción gravitatoria de la Luna a través del diámetro de la Tierra. Cuando la Luna está cerca, el diámetro de la Tierra es una fracción ligeramente mayor de la separación Tierra-Luna. Esto significa que la atracción gravitatoria de la Luna sobre los océanos (y la corteza de la Tierra) tiene una mayor diferencia entre el punto en la Tierra más cercano al centro de la Luna y el punto en la Tierra diametralmente opuesto (la antípoda). Esto refuerza los efectos de las mareas, de lo cual podríamos percatarnos al observar la línea de pleamar o de marea baja en una playa. Sin embargo, de nuevo, este efecto no se aprecia a simple vista y tan solo los aparatos más precisos, los mejores “mareógrafos”, podrán captar el cambio.
En definitiva, una superluna es una gran oportunidad para observar nuestro satélite y es un fenómeno astronómico interesante y real, pero desde el punto de vista científico no pasa de anécdota; es simplemente una curiosidad científica.
Hablábamos de tamaño y brillo al definir la superluna, pero ¿realmente cambia la Luna de color? Lamentablemente, es otro de los fenómenos astronómicos en que las palabras no describen exactamente el concepto al que se refieren, como ocurre por ejemplo con las estrellas fugaces, que nada tienen de estrellas, o las nebulosas planetarias, sin relación alguna con los planetas.
La denominación Luna azul es algo reciente, según explica la NASA, y se refiere a la segunda Luna llena ocurrida durante el mismo mes.
La definición moderna surgió en la década de 1940, en Estados Unidos. En aquellos días, el almanaque de los granjeros de Maine ofrecía una definición de Luna azul tan complicada que muchos astrónomos no lograban entenderla. Involucraba factores como las fechas eclesiásticas de Pascua y Cuaresma, años trópicos y la aparición de las estaciones según el Sol medio dinámico. Con el objetivo de explicar el fenómeno de la Luna azul en términos sencillos, la revista Sky & Telescope publicó un artículo en 1946 titulado ‘Una vez cada Luna azul’. El autor, James Hugh Pruett (1886-1955), citó el almanaque de Maine y señaló que la “segunda [Luna llena] en un mes, según mi interpretación, se llama Luna azul”.
La explicación no era del todo correcta, pero al menos se podía entender. Y así nació la moderna Luna azul. El fenómeno cobró popularidad en 1999, cuando se produjo dos veces en el mismo año, en enero y marzo. Fue esta una anomalía, pues habitualmente tiene lugar cada dos o tres años, debido a la duración de los meses en el calendario gregoriano y su disparidad con los calendarios lunares.
No es de extrañar, por tanto, que los hablantes de lengua inglesa usen la expresión “once in a blue moon“, (“una vez cada Luna azul”) para referirse a algo raro, que no ocurre casi nunca y, hasta quizás, absurdo.
Pero volvamos a lo que realmente importa, ¿se ve la Luna de color azul? Las llamadas lunas azules se ven pálidas y blancas, exactamente igual que vemos nuestro satélite cualquier otra noche del año. El solo hecho de incluir una segunda Luna llena en un mes del calendario no cambia su color.
Solo podría tornar su color a ligeramente azul en caso de ser vista a través de, por ejemplo, un grupo de nubes que tuviera partículas de humo y cenizas, pero esta circunstancia no tiene nada que ver con el fenómeno astronómico, que es solo una efeméride sin ninguna otra diferencia visual respecto de cualquier Luna llena normal.
En el caso de la Luna roja sí se denomina así o Luna de sangre porque adquiere un color rojizo. Este fenómeno astronómico se produce durante los eclipses lunares totales. Cuando ocurren, la Tierra se sitúa entre la Luna y el Sol, tapando la luz del Sol que se refleja en la Luna.
Entonces, la única luz que le llega a la superficie de la Luna es la de los extremos de la atmósfera terrestre. Las moléculas de aire de la atmósfera reparten la mayor parte de la luz de color azul. La luz restante se refleja en la superficie de la Luna y adquiere ese color rojizo que hace que parezca que la Luna «sangra» en el cielo nocturno.
Esta denominación también se usa para describir cuando nuestro satélite se ve de este color por las partículas de polvo, humo o niebla que hay en el cielo. Es una de las lunas llenas que vemos en otoño cuando las hojas de los árboles también se ponen de color rojo.
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