10 Feb 2025. Internacional

Una forma sencilla de buscar vida alienígena: detectar movimiento

Investigadores alemanes avanzan en una idea ya antigua pero poco explorada: encontrar microbios en otros mundos utilizando un cebo molecular que permita observar cómo se mueven. Desde las sondas marcianas Viking en 1976, ninguna misión espacial ha buscado vida directamente fuera de la Tierra.

Fuente: Agencia SINC

La búsqueda de vida alienígena ha tomado diversas formas, como el estudio de posibles señales tecnológicas, el análisis de condiciones de habitabilidad o la presencia de agua o compuestos químicos propios de los seres vivos. Todas ellas indirectas; hasta hoy, una única misión espacial ha buscado vida in situ directamente, y sus resultados fueron contradictorios porque, dicen los científicos, es complicado diseñar experimentos biológicos concluyentes que funcionen por sí mismos a millones de kilómetros del laboratorio más cercano.

Ahora, un nuevo estudio publicado este mes en Frontiers in Astronomy and Space Sciences indaga en una vía sugerida largo tiempo atrás, pero aún poco explorada: si un rasgo de los seres vivos es que se mueven, ¿por qué no intentar detectar ese movimiento?

En 1976 se halló vida en Marte. O eso se creyó, hasta que un segundo experimento echó por tierra la conclusión del primero. Ambos resultados fueron producto de las dos sondas gemelas de la NASA Viking 1 y 2, las primeras que lograban posarse en la superficie marciana intactas y funcionales. En plena época de optimismo sobre la búsqueda de vida alienígena, las Viking iban equipadas para esclarecer al primer intento si había microbios en Marte.

Por desgracia, si algo demostraron los resultados, es que no era tan sencillo. Uno de los experimentos de las Viking inyectó nutrientes a muestras de suelo para analizar si liberaban CO2, un signo de actividad metabólica y, por tanto, de algo vivo. Las dos sondas detectaron que así era. Pero la euforia inicial se desinfló cuando otro experimento destinado a examinar la presencia de moléculas orgánicas, compuestos de carbono en los que se basa la vida, arrojó un resultado negativo en ambas sondas (erróneo, dado que sí existen).

Aunque algunos científicos siguen defendiendo que las Viking encontraron vida marciana, la visión más aceptada es que el primer experimento detectó una oxidación de origen geológico, no biológico.

El reto de buscar “algo vivo”

El pinchazo de las Viking enfrió el entusiasmo respecto a la búsqueda directa de vida en otros mundos, cuando la complejidad de encontrar experimentos inequívocos para confirmar la presencia de microbios vivos aconsejó centrarse en análisis de habitabilidad, de posibles biofirmas indirectas y, si acaso, de restos de vida antigua.

La luna de Saturno Encélado es una buena candidata para buscar vida, con un océano bajo la superficie que expulsa surtidores al exterior. Imagen: David Seal | NASA.

“La mayoría de las misiones se han dirigido a Marte, donde la gente asume que cualquier vida fue extinguida, y el reto de detectar bacterias extintas ha primado”, comenta a SINC la física Jay Nadeau, que dirige un laboratorio en la Universidad Estatal de Portland dedicado a desarrollar instrumentos para detectar vida extraterrestre con financiación de la NASA y otras instituciones.

“Muchos en la NASA quieren encontrar vida, no necesariamente algo vivo”, añade Nadeau citando al astrobiólogo de la NASA Chris McKay, y aclarando esta aparente contradicción: “Esto significa que quieren saber cuál es la bioquímica de la vida alienígena e identificar moléculas, antes que intentar probar que hay células o actividad celular”.

Nadeau se cuenta entre los pocos científicos que están explorando una vía alternativa para la búsqueda directa de ese algo vivo fuera de la Tierra: en lugar de detectar metabolismo, observar movimiento. “La idea ha circulado al menos desde Leeuwenhoek”, dice la investigadora, en referencia al científico neerlandés que en el siglo XVII observó por primera vez microbios al microscopio, y que describió cómo aquellos “pequeños animálculos” se movían “hacia arriba, hacia abajo y alrededor”.

En 1966 el Nobel de Física Donald Glaser propuso buscar vida en Marte, que por entonces se veía como el lugar más adecuado para encontrarla, por el “movimiento de un tipo que no se esperaría de los sistemas no vivos”.

Un cebo para cazar bacterias

En el grupo de la Universidad Técnica de Berlín que dirige Dirk Schulze-Makuch, uno de los principales investigadores del mundo en astrobiología, un nuevo trabajo encabezado por el ingeniero aeroespacial Max Riekeles sienta las bases de lo que podría ser un futuro instrumento para buscar vida por su movimiento.

Riekeles cuenta a SINC que hacer un seguimiento en cámara de las bacterias moviéndose es complicado; según Nadeau, que no ha participado en este estudio —aunque ambos han colaborado en el pasado—, el factor limitante son las cámaras digitales rápidas: “15 fotogramas por segundo te darán unas trayectorias bacterianas de nado razonables, pero para ver lo que realmente está ocurriendo necesitas 50 fotogramas por segundo o más, y tener esto con un campo amplio de visión es difícil”.

Por ello y para facilitar el seguimiento de las bacterias, Riekeles ha utilizado una astuta estrategia: ponerles un cebo. Se trata de un sistema con dos compartimentos separados por una membrana semipermeable. En el primero están los microbios y en el segundo está el cebo, el aminoácido L-serina, un componente de las proteínas que atrae a las bacterias. “Solo las partículas que se mueven activamente, los microbios, pueden cruzar la membrana; partículas abióticas [sin vida] como las de arena no pueden”, explica Riekeles. Así, no es necesario seguir el movimiento en vivo; basta con tomar imágenes del segundo espacio y contar las bacterias.

Los resultados muestran que la estrategia funciona con dos especies de bacterias y una arquea, otro tipo de microbio; las tres especies se eligieron por sobrevivir en ambientes duros, frío intenso, calor extremo o alta salinidad, que podrían asemejarse a los de otros mundos.

Del laboratorio al espacio

“Me gusta mucho el estudio de Max porque puede ser complicado asegurarse de que las bacterias que se mueven lentamente realmente están nadando y no flotando sin más, sobre todo en el contexto del experimento de una misión donde hay vibraciones, instrumentos moviéndose, etc.”, expone Nadeau. Según la investigadora, la L-serina es una buena opción porque probablemente pueda encontrarse en todos los planetas del Sistema Solar y más allá; se ha hallado también en meteoritos de origen marciano.

Desde la Universidad de Minnesota, la microbióloga española Beatriz Baselga-Cervera valora los resultados de Riekeles como “interesantes”. “Como prueba de concepto para proponer la inclusión de técnicas para detectar vida basadas en movimiento dirigido, creo que es aceptable”, dice a SINC, advirtiendo que el diseño actual aún tiene limitaciones.

Baselga-Cervera trabaja también en la detección de vida mediante el comportamiento de los microbios, un concepto que ha aplicado a la magnetotaxis, movimiento inducido por magnetismo. Según la científica, además de esta opción y de la quimiotaxis empleada por Riekeles, sería posible explorar otros estímulos, como la luz o la electricidad.

Otra cuestión es que este concepto llegue a aplicarse a misiones reales. Riekeles es optimista: “Espero que seamos capaces de desarrollar un instrumento de este tipo para una misión que vuele en los próximos 5 o 10 años”. Como apunta Nadeau, hoy el foco se ha desplazado desde Marte a lunas como Europa (Júpiter) o Encélado (Saturno), y esta última sería una buena candidata, con un océano bajo la superficie que contiene ingredientes esenciales de la vida y que expulsa surtidores al exterior, lo que daría acceso a las muestras.

Baselga-Cervera se muestra cauta: “Cada vez hay más interés científico en la astrobiología, pero la probabilidad de detectar estos comportamientos es muy baja, tendría que ser algo muy convincente para que se justificara el coste de incluirlo”.

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