Elizabeth Williams, la matemática cuyos cálculos ayudaron a descubrir Plutón
La historia de Plutón, el que fuera hasta 2006 el noveno planeta del Sistema Solar, es mundialmente conocida. A partir de una Asamblea de la Unión Astronómica Internacional (UAI) se acordó, no sin controversia, que dejará de pertenecer a esa categoría al no cumplir una de las características que sí presentan los ocho restantes: no es el objeto dominante en su región del espacio. En ese mismo encuentro se definió una nueva clase de objetos, los llamados planetas enanos, que pasó a encabezar desde entonces.
Sin embargo, poco o nada se sabe sobre los antecedentes de su descubrimiento, para lo que fue fundamental el trabajo de una mujer: Elizabeth Williams, cuya astucia con las matemáticas permitió ubicar Plutón en el firmamento años antes de su hallazgo en 1930 por Clyde Tombaugh. Su nombre se ha excluido del relato, escasamente aparece recogido en los listados de astrónomas que hicieron historia, y su imagen apenas es visible en algunas fotografías que se conservan en los archivos del observatorio donde pasó gran parte de su vida.
Elizabeth Langdon Williams nació el 8 de febrero de 1879 en Connecticut, Estados Unidos. Uno de sus primeros logros fue licenciarse en Física en el afamado Massachusetts Institute of Technology (MIT), siendo una de las pioneras en conseguirlo, incluso con honores académicos. Dos años después, en 1905, el célebre astrónomo Percival Lowell la contrató para trabajar en su oficina de Boston, primero editando sus publicaciones y poco después como computadora humana en busca del denominado Planeta X.
En busca del Planeta X
Lowell había teorizado sobre la existencia de un hipotético planeta transneptuniano causante de las perturbaciones que se producían en las órbitas de Urano y Neptuno. Para poder demostrar que estaba en lo cierto requería, por un lado, de cálculos matemáticos complejos para obtener la posición del presunto planeta y, por otro, de observaciones con telescopios para fotografiar las probables áreas del cielo que sugirieran dichas mediciones.
En aquella época, esta tarea la realizaban a mano las conocidas como calculadoras humanas, que en la mayoría de los casos eran mujeres. Se trataba de una labor tediosa y a la vez metódica -cualidad que se asocia más a las mujeres-, que se prestaba a una fuerza laboral menos formada y, sobre todo, más barata. Uno de los grupos más famosos fue el de las Computadoras de Harvard, también popularizado entre la comunidad científica del momento como el Harén de Pickering, en honor al director del observatorio donde nombres como Williamina Fleming o Henrietta Leavitt consiguieron reformar y modernizar la astronomía, poniendo orden al cielo.
Trabajando como una de esas mujeres computadoras, Williams consiguió determinar la posición y el tamaño del misterioso planeta. Por desgracia, el fallecimiento de Lowell en 1916 interrumpió los esfuerzos de búsqueda del Planeta X a los que había dedicado sin suerte los últimos años de su vida, al menos de momento. Nuestra protagonista se mudó entonces de la oficina de Boston al observatorio en Flagstaff, donde continuó haciendo cálculos y manejó parte de la correspondencia. Allí conoció al que se convertiría en su marido, el también astrónomo George Hall Hamilton. Pero poco después de casarse, la viuda de Percival Lowell, Constance, los despidió de sus puestos, pues por aquel entonces se consideraba inapropiado emplear a una mujer casada.
La pareja se trasladó entonces a Jamaica, para trabajar en la estación del Observatorio de Harvard en Mandeville. Tras la muerte de Hamilton en 1935, Williams regresó a Estados Unidos, esta vez a New Hampshire, para vivir con su hermana menor, Louise Ring. Juntas dirigieron ‘Peaceful Acres’, una casa de retiro de verano. Allí murió en 1981, a la edad de 101 años, sumida en la pobreza y olvidada.
Una afortunada coincidencia
A pesar de todo, el trabajo de Williams no fue en vano. Cuando en 1929 Clyde Tombaugh fue contratado por el Observatorio Lowell para reanudar el proyecto de búsqueda del Planeta X tenía el camino allanado, pues se valió de las predicciones del creador del centro de investigación, las cuales no podrían haberse hecho sin los cálculos de nuestra astrónoma. Así fue como el joven granjero descubrió un objeto que se movía sólo unos pocos milímetros mientras apuntaba a la zona predicha durante una observación el 18 de febrero de 1930. Acababa de localizar lo que después se designaría como Plutón, el noveno planeta del Sistema Solar.
Curiosamente, años después se demostró que las variaciones observadas por Lowell en las órbitas de Urano y Neptuno que desencadenaron el inicio de esta investigación, no podían deberse a la gravedad de un objeto tan poco masivo como Plutón. Más tarde se concluyó que se debían a pequeños errores en la determinación previa de la órbita de Neptuno a partir de las modestas observaciones disponibles en la época. Fue, por tanto, una afortunada coincidencia la que llevó al descubrimiento de Plutón, aunque no por ello resta mérito a los cálculos de Elizabeth Williams.
Su nombre es ahora una nota a pie de página en la historia de la astronomía, pero sus esfuerzos como una de las primeras computadoras humanas es un testimonio de brillantez, constancia y arduo trabajo.
*Imagen de portada: Archivo del Observatorio Lowell
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