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Abbás ibn Firnás, el sabio de al-Ándalus

Aunque a lo largo de la historia no se ha dado especial relevancia a la importancia que tuvo al-Ándalus en el desarrollo de la astronomía, la época musulmana  dio algunos nombres propios que tuvieron un papel clave en los avances de esta ciencia durante los siglos XI al XIII. Quizás los más estudiados sean el granadino Ibn Tufayl y el toledano, afincado en Córdoba durante algunos años, Azarquiel, pero no debe quedarse atrás la figura del polifacético Abbás ibn Firnás.

Abu I-Qasim ‘Abbás ibn Firnás Ibn Wardas, nombre completo del popular sabio andalusí, nació en la cora de Takurunna, una de las demarcaciones territoriales en que estaba dividida al-Ándalus, y que abarcaba la Serranía de Ronda y parte de la Sierra de Cádiz, siendo su capital la ciudad de Ronda. Firnás nació en el seno de una familia bereber a finales del siglo VIII o principios del IX. Sin embargo debió de trasladarse a Córdoba muy joven, atraído por las posibilidades que la capital andalusí ofrecía a personas con inquietudes como él, y también por el medio hostil que imperaba entonces en Takurunna, donde las revueltas eran continuas.

Creció y vivió en Córdoba en el arrabal occidental y gozó de una larga vida, algo inusual para la época, pues murió en el año 887, habiendo alternado tres monarcas.

Cultivó casi todas las disciplinas del saber, tanto en el área de la investigación científica y técnica, como en el de la creación literaria y musical. Hombre con una inteligencia excepcional, enorme capacidad de trabajo y dotado de un espíritu que recuerda al de los genios del Renacimiento italiano, Ibn Firnás introdujo tantas novedades que las fuentes históricas, además de elogiarlo, frecuentemente utilizan la expresión «fue el primero en al-Ándalus en…».

El planetario de Ibn Firnás

Idealización del planetario creado por Ibn Firnás en su casa. Dibujo de Elena Ordóñez

En el campo de la astronomía, fue el primero en utilizar e interpretar las complejas tablas de Sindhind, como se designó cierto tipo de manuales astronómicos indios, que posteriormente tendrían una influencia decisiva en la astronomía de la Europa medieval.

Construyó para el emir ‘Abd al-Rahman II la primera esfera armilar de la que se tiene constancia en al-Ándalus, utilizada para determinar las coordenadas celestes de los astros y como instrumento de observación a pequeña escala.

Al sabio se le debe la creación de un reloj de agua o clepsidra, el primero de flujo constante provisto de autómatas, y de otros artificios que le permitieron construir una máquina llamada minqana, que señalaba la hora con gran precisión.

Su conocimiento sobre la fabricación del vidrio, sumado a su dominio de la astronomía y la mecánica, le permitió representar el firmamento en una gran bóveda de cristal instalada en su casa, el primer planetario del que tenemos noticia, que hacía imaginar al espectador astros, nubes, rayos y truenos.

La hazaña de volar

Pero si por algo ha pasado a la historia este sabio rondeño es por ser el precursor de la aeronáutica, al tratarse del primer ser humano conocido en inventar un artilugio que le permitió materializar uno de sus sueños más complicados de cumplir: volar.

Idealización del vuelo de Ibn Firnás.

Idealización del vuelo de Ibn Firnás. Dibujo de Elena Ordóñez

Fue una jornada del año 875 cuando decidió llevar a cabo su hazaña. Para ello decidió que el lugar idóneo sería al-Rusafa, a unos tres kilómetros al noroeste de Córdoba, una colina rodeada de vegetación en la falda de la sierra cordobesa. Cuentan los escritos que se vistió de plumas sobre seda blanca, añadiéndose unas alas de estructura calculada, con lo que pudo elevarse en el aire y mantenerse hasta posarse a gran distancia del lugar de partida, aunque no hay datos de la distancia que pudo recorrer.

De lo que sí parece haber constancia es del accidentado aterrizaje. En el momento de tomar tierra no acertó a maniobrar adecuadamente, por lo que cayó con violencia en el suelo, lastimándose la espalda. La lesión lo acompañó hasta el final de sus días, lo que lo privó de volver a intentar la hazaña. Con todo, siguió investigando y concluyó, basándose en la observación del aterrizaje de algunas aves, que el accidente se habría evitado si su artefacto hubiera contado con una cola como la de los pájaros.

Inmortalizado en la Luna

Quién le diría a este intrépido soñador que siglos más tarde, en reconocimiento a su polifacética vida y legado, su propio nombre quedaría «grabado» en la superficie de nuestro satélite natural. Así fue aprobado en julio de 1976 por la Unión Astronómica Internacional (IAU), que decidió nombrar como Ibn Firnás un cráter de impacto situado en el hemisferio oculto de la Luna. Concretamente en la latitud 6.8º N y longitud 122.3º E. Tiene un diámetro de 91.72 km y se desconoce su profundidad.

Cráter de la Luna Ibn Firnas

El cráter de impacto Ibn Firnás se encuentra en la cara oculta de la Luna. Imagen: James Stuby, basada en imagen de la NASA -Vista oblicua desde el Apolo 16 con el Sol en ángulo rasante.

Se trata de un cráter desgastado por pequeños impactos meteóricos a lo largo de su borde norte y este. Tiene un par de los llamados cráteres satélites: el Ibn Firnás L (al sureste, cubriendo parte del suelo interior), y el Ibn Firnás E (al norte), cuyos nombres fueron aprobados definitivamente por la UAI en el año 2006.

* Imagen de portada: Eulogia Merle – Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología.

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