14. Cúmulos de estrellas, nebulosas y galaxias
Por David Galadí Enríquez
Con ilustraciones de Leonor Ana, Mariano Gibaja y Michael Vlasov
En el cielo hay mucho más que estrellas y planetas. Con el bagaje acumulado hasta ahora nos encontramos en condiciones de dar un paso más allá y adentrarnos en el mundo de los cúmulos estelares, las nebulosas y, finalmente, las galaxias externas, lo que llevará la vista hasta el límite del infinito.
Vimos en el capítulo 6 de esta guía que el rasgo más destacado en el cielo terrestre a gran escala es la banda luminosa de la Vía Láctea. Aclarábamos entonces que ese gran trazo luminoso no es más, ni menos, que la visión que tenemos de nuestra Galaxia desde su interior. Quizá le interese repasar ahora aquel capítulo. Tratábamos entonces la estructura de disco abultado por el centro que posee la Galaxia y proponíamos un paseo con prismáticos a lo largo de todo su plano de simetría, el ecuador galáctico, recorriendo constelación por constelación las distintas partes de este gran sistema estelar, desde el centro galáctico en las regiones de Sagitario y Escorpio hasta el anticentro, diametralmente opuesto, en la dirección de Auriga.
La Galaxia es una gran rueda que, vista de canto y desde su interior, se proyecta en el cielo como la Vía Láctea. Por eso hacia el ecuador galáctico (línea central de simetría de la Vía Láctea) se acumulan más estrellas, tanto débiles como brillantes. Pero una galaxia espiral como la nuestra contiene mucho más que estrellas. Para entender mejor lo que hay en el cielo y captar el orden que hay en el panorama cósmico conviene recordar algunos detalles sobre la estructura de la Galaxia.
Regiones de formación estelar: nebulosas difusas
El disco galáctico conforma la parte principal de nuestra Galaxia, que es de tipo espiral. En el seno de este disco se encuentra la mayoría de las estrellas, pero esta componente galáctica alberga también el material interestelar, es decir, las nebulosas de gas y polvo de diferentes tipos, que conforman la materia prima a partir de la cual se forman estrellas nuevas. Por eso las nebulosas tienden a acumularse en el firmamento en las proximidades del ecuador galáctico. En muchos casos las regiones de formación estelar exhiben, vistas incluso con telescopios modestos, todos los rasgos característicos de verdaderas guarderías cósmicas: estrellas masivas y jóvenes, gas brillante ionizado, trazas oscuras debidas a polvo.
Cúmulos estelares abiertos
Las estrellas se forman a partir de nebulosas difusas y acostumbran a surgir en grupos. Estos grupos de estrellas jóvenes se denominan cúmulos estelares abiertos. En astronomía ocurre con frecuencia que se utilizan denominaciones más o menos absurdas pero que se mantienen por motivos históricos o tradicionales. En este caso, como no existen cúmulos estelares «cerrados», no se entiende la necesidad de denominar «abiertos» a algunos de ellos. El nombre procede, en realidad, de una adaptación poco afortunada de la denominación en lengua inglesa, en la que open puede significar no solo «abierto», sino también «despejado», «separado» o «extendido». En efecto, los cúmulos estelares abiertos pueden contener desde decenas hasta pocos miles de estrellas y presentan una estructura irregular, más o menos amorfa. Al igual que las nebulosas, los cúmulos estelares abiertos se concentran en las cercanías del plano galáctico y, por tanto, abundan mucho más en las proximidades de la Vía Láctea. Aun así, algunos de los más cercanos se ven proyectados sobre zonas del cielo un poco más alejadas de esa cinta brillante.
Nebulosas planetarias
Si las regiones de formación estelar representan la formación de astros nuevos, hay un tipo de nebulosa también accesible a medios modestos que corresponde justo a lo contrario: se trata de las nebulosas planetarias. Cuando una estrella ligera (con menos de unas ocho veces la masa del Sol) se queda sin combustible nuclear termina su existencia expulsando las capas externas. Se forma así una nebulosa pequeña y bastante redondeada que conserva en el centro el núcleo estelar desnudo, convertido en una enana blanca. Como estas nebulosas tienen en ocasiones el aspecto de un disco planetario, recibieron esta extraña denominación (no menos bizarra que la de «cúmulos abiertos» que vimos antes) en la era gloriosa de la observación visual del cielo. Sin embargo, y como vemos, las nebulosas planetarias no tienen nada que ver con los planetas, más allá de su aspecto denso y redondeado. Aunque hay bastantes nebulosas planetarias visibles con telescopios pequeños, en ningún caso llegaremos a ver la estrella enana blanca central.
Cúmulos estelares globulares
Si el disco galáctico es el reino de las regiones de formación estelar, de los cúmulos estelares abiertos y de las nebulosas planetarias, hay otra componente de la Galaxia que brinda un espectáculo diferente: el halo galáctico.
El disco galáctico tiene incrustado en su centro una estructura esferoidal, como la yema de un huevo, llamdo bulbo. Alrededor del bulbo y hasta distancias inmensas se extiende otra componente dispersa y con forma esférica: el halo galáctico. Este halo consta de estrellas rojizas, viejas y débiles, lo que lo hace inobservable tanto a simple vista como con telescopio. Pero el halo contiene también aglomeraciones estelares muy características, los cúmulos estelares globulares. El contraste entre los cúmulos globulares y los abiertos no puede ser mayor. Los globulares contienen muchísimas más estrellas, por decenas de miles, y presentan estructuras redondeadas, esféricas, mucho más densas en el centro que en los bordes. Pueblan todo el halo galáctico, una región esférica concéntrica al bulbo y centrada en el núcleo de la Galaxia, pero hay más cantidad de estos cúmulos cuanto más cerca estemos de ese núcleo. Por eso, vistos desde el Sistema Solar, la población de cúmulos globulares se concentra en las direcciones que apuntan hacia esa zona. Eso quiere decir que las constelaciones que rodean el centro galáctico son las más ricas en cúmulos globulares y entre ellas destacan Ofiuco y Sagitario. Aun así, se ven algunos cúmulos globulares en muchas otras regiones del firmamento. Estos objetos no tienen ninguna predilección especial por el plano galáctico; antes al contrario: el polvo interestelar acumulado en el entorno de la Vía Láctea oculta los posibles cúmulos globulares situados por detrás, por lo que la mayor densidad de este tipo de objetos se encuentra tanto al norte como al sur de la Vía Láctea en las regiones circundantes del centro galáctico.
Galaxias externas
Desde mediados del siglo XX se sabe que nuestra Galaxia no es la única que existe en el universo. El Sol forma parte de esta gran rueda de estrellas, cúmulos estelares y materia interestelar, pero más allá, a distancias inconcebibles, se encuentran muchísimas otras galaxias externas.
Hay muchas galaxias similares a la nuestra, en el sentido de que son de tipo espiral y constan también de un disco más o menos plano, un bulbo central y un halo. Sin lugar a dudas, el mejor ejemplo lo ofrece la galaxia de Andrómeda, aunque hay otras al alcance de telescopios pequeños.
Pero también hay una categoría completa de galaxias muy distintas a las espirales: las galaxias elípticas. Se trata en estos casos de grandes acumulaciones de estrellas con forma esferoidal más o menos alargada, como una especie de balones redondos o de rugby, hechos de estrellas. Las galaxias de este tipo, llamadas elípticas, aparecen en todos los tamaños, desde los monstruos mayores conocidos en el cosmos hasta sistemas minúsculos comparados con las galaxias espirales normales, y de todo ello hay ejemplos visibles con telescopios no demasiado grandes.
Finalmente, algunas galaxias muy débiles son del tipo irregular. Se trata de concentraciones de gas y material interestelar mucho menores que las galaxias espirales y sin forma definida. Las Nubes de Magallanes, de las que hablaremos más adelante, son los mejores ejemplos de esta clase en el firmamento de la Tierra.
Cómo vemos todo esto al telescopio
Los libros de astronomía están repletos de fotografías espectaculares de regiones de formación estelar, nebulosas planetarias, cúmulos estelares tanto abiertos como globulares y galaxias externas de todo tipo. Algunas de ellas ilustran incluso este mismo artículo y han aparecido algo más arriba. Estas imágenes captan hasta los detalles más sutiles de estos objetos, como la estructura espiral tan sorprendente de las galaxias, o el festival de colores fosforescentes de las nebulosas de cualquier variedad.
Es muy importante advertir de entrada, siempre, que la observación visual («con el ojo») a través de un telescopio modesto nunca jamás brinda espectáculos comparables a esas fotos. El ojo humano no es sensible a los colores cuando la luz que recibe tiene una intensidad tan escasa como la que proporcionan estos objetos, incluso vistos con telescopios de abertura considerable. Por lo tanto, tenemos que prepararnos para una visión «en blanco y negro» que, además, no alcanzará a revelar todos los detalles y estructuras de estos objetos. Y, por supuesto, todo empeora si hay contaminación lumínica. También conviene, para este tipo de observación, elegir noches sin luz de la Luna, que borra del cielo como por arte de magia los objetos difusos más débiles.
En los cúmulos globulares es frecuente que no se lleguen a distinguir las estrellas individuales, por lo que ofrecen una visión borrosa, como de «nube de luz». A veces esa nube muestra una textura granulosa, cuando la composición de estrellas de estos objetos está al borde de las prestaciones del telescopio. Con telescopios de abertura mediana, a partir de 15 cm y más allá, hay cúmulos globulares notables que sí revelan sus estrellas como puntos sueltos, y en esos casos el panorama cambia por completo.
En cuanto a las galaxias externas, están tan lejos que lo sorprendente es que logremos verlas, incluso con telescopio. También en este caso las vistas telescópicas son en blanco y negro. En cuanto a estructura interna, las galaxias elípticas carecen de detalles destacados, pero incluso las espirales más famosas (Andrómeda, el Remolino) aparecen como nubecitas suaves en las que no se aprecian los brazos. Hacen falta telescopios francamente grandes, bien por encima de los 30 cm de abertura, para empezar a atisbar rasgos espirales en solo algunas de las galaxias de ese tipo más cercanas.
A pesar de que la observación de cúmulos, nebulosas y galaxias ofrece un espectáculo discreto en términos objetivos, este campo de la astronomía práctica posee un encanto muy especial. Al mirar hacia estos objetos contemplamos en directo la maquinaria del cosmos, la aparición de estrellas nuevas en las regiones de formación estelar, la desaparición de otras (y, en cierto modo, el futuro del Sol mismo) en las nebulosas planetarias, y con las galaxias externas nuestra vista se asoma a los abismos del universo más profundo y llega a captar luz que ha estado viajando por el espacio durante millones, decenas de millones, centenares de millones de años.
Use bien su telescopio
En entregas anteriores hemos aplicado el telescopio a la visión de la Luna, los planetas y las estrellas. Cada observación requiere su atención y su cuidado, pero cuando hay luz abundante se pueden relajar las condiciones, tanto de contaminación lumínica como de uso más o menos descuidado del telescopio. Pero en este capítulo nos enfrentamos a la observación de los objetos más débiles del firmamento, en los que cada fotón cuenta. Por eso es importante cuidar el modo en que se les aplica el instrumental óptico.
Para observar objetos difusos, como nebulosas, galaxias y similares, hay que huir de la obsesión por los aumentos. El objetivo principal ahora es conseguir el mayor brillo posible, por lo que debemos tender a que la pupila de salida del telescopio coincida lo mejor posible con la pupila de entrada del ojo. En capítulos anteriores hemos dado los detalles teóricos necesarios sobre estas cuestiones, pero ahora puede bastar con recordar que si el telescopio tiene abertura D, expresada en milímetros, entonces no conviene pasar de un número de aumentos A = D / 6. Este cálculo suele conducir a un número de aumentos sorprendentemente escaso. Por ejemplo, con un telescopio de 12 cm de abertura (D = 120 mm) no convendría pasar de 20 aumentos, mientras que uno de 25 cm podría admitir 42. Recordemos que los aumentos resultan de dividir la distancia focal del objetivo entre la del ocular, lo que significa que, para lograr aumentos bajos, la distancia focal del ocular debe ser bastante grande. No siempre se dispone de oculares que proporcionen aumentos tan escasos, pero mantengamos en mente siempre ese principio general: los objetos débiles y difusos se verán mejor con aumentos bajos.
Además, menos aumentos implican un campo de visión más amplio, algo que suele ser muy conveniente al observar objetos tan extensos como algunas nebulosas y cúmulos estelares.
Por supuesto, hay excepciones. En ocasiones hay nebulosas planetarias de brillo tan concentrado e intenso que admiten sin problemas aumentos mucho mayores, lo que puede incluso permitir que se aprecie mejor su morfología. El caso más claro es el de la nebulosa Anular en la Lira, de la que hablaremos más adelante.
También suele suceder que los cúmulos globulares, que con muchos telescopios muestran un aspecto borroso de nube indiferenciada, ganan al aplicarles más aumentos porque empiezan a distinguirse sus estrellas individuales más brillantes, aunque sea a costa de perder las regiones más débiles.
El cielo y el ojo
Y, como ya hemos apuntado, procure dedicar a la visión de objetos difusos las noches más oscuras. Evite buscar nebulosas o galaxias en noches con Luna. Y huya, si tiene ocasión, de la contaminación lumínica, enemigo público número uno de la afición por este tipo de observaciones.
Hay un detalle de fisiología de la visión humana que es necesario comentar en este punto: la visión «lateral». Lo que voy a explicar ahora puede parecerle extravagante, quizá incluso absurdo, sobre todo si usted está dando los primeros pasos en la observación del universo y no se ha encontrado antes con este consejo: al mirar un objeto difuso, débil, a través del telescopio, procure no mirarlo directamente. Tómese en serio esta recomendación. Supongamos que usted quiere observar una galaxia o una nebulosa. Coloque el objeto de su interés en el centro del campo de visión del telescopio. Pero, acto seguido, dirija la mirada no hacia el objeto, ni hacia el borde del campo de visión, sino hacia algún punto intermedio, a mitad de camino entre el borde y el centro. Hágalo centrando la atención, aunque no la mirada, en el objeto central de interés. Se sorprenderá del resultado.
La técnica de visión lateral o indirecta recién descrita tiene una justificación fisiológica conocida desde hace mucho tiempo. El centro del campo de visión se corresponde en la retina con la fóvea central, una región en la que hay una densidad especialmente elevada de las células sensibles llamadas conos, especializadas en la visión con niveles altos de luz y que son capaces de ver en colores. Pero de noche y con los niveles de luz que aportan los objetos difusos los conos son de poca ayuda. En la periferia del campo visual hay más abundancia de las otras células fotosensibles, los bastones, responsables de la visión nocturna, con niveles de luz bajos, e insensibles al color. Al desviar ligeramente la mirada hacemos que la imagen del objeto caiga en esa zona periférica, donde los bastones entran en acción y permiten captar las áreas con menor intensidad de luz.
Esto de desviar la vista pero centrar la atención en otro lado parece un poco desconcertante de entrada, pero con un poco de práctica usted se habituará a ello, como hacen todas las personas que se dedican a la observación visual con telescopio como afición.
La cocina del universo
Las regiones de formación estelar son los grandes templos del universo. José Luis Comellas comparaba la más espectacular de ellas, la nebulosa de Orión, con una gran catedral gótica. Habite usted el hemisferio austral o el boreal, no lo dude: si su interés está en contemplar una de esas regiones en las que se están formando estrellas hoy mismo, la nebulosa de Orión (M42), a unos 1300 años luz de distancia, constituye la primera opción obvia.
La mayor parte de la acción en la Galaxia se desarrolla hacia sus regiones centrales, es decir, en la dirección general del centro galáctico. Esto hace que haya más regiones de formación estelar accesibles para la observación desde el hemisferio sur que desde el boreal. No va a la zaga de la nebulosa de Orión, por ejemplo, la región de la estrella eta de la Quilla (eta Carinae), a una distancia incierta que ronda los 7000 años luz. Localizará este objeto con mucha facilidad a partir de la Cruz del Sur. A un lado de la Cruz verá las estrellas alfa y beta del Centauro. Pues bien, en posición simétrica, opuesta, respecto de alfa de la Cruz (el astro que marca el pie de la Cruz, la estrella que apunta al polo sur), encontrará la zona de eta de la Quilla, y su nebulosa correspondiente salta a la vista, con cielos oscuros, incluso con prismáticos. Esta zona solo es observable desde el hemisferio sur de la Tierra y se ofrece en las mejores condiciones en torno a abril y mayo, aunque su carácter circumpolar la mantiene visible durante casi todo el año.
En el hemisferio boreal hay menos regiones de formación estelar con nebulosas asociadas. Pero, si la zona de Orión se ve en la época del invierno boreal, no es mala idea observar algún otro objeto parecido durante el verano, aunque sea mirando muy bajo hacia el sur. Efectivamente, en la zona de Sagitario, formando un triángulo casi equilátero con la estrella gamma, que marca el pico de la tetera, y con lambda, que ocupa la punta de la tapa, tenemos la nebulosa de la Laguna (M8), a unos 4200 años luz de distancia. En este objeto tan notable se aprecia con toda claridad tanto la nebulosa difusa de hidrógeno ionizado como el bonito cúmulo estelar (NGC 6530) recién formado (edad, unos cinco millones de años) a partir de esos materiales interestelares. Por supuesto, la región está también accesible, y en mejores condiciones, si se observa desde el hemisferio sur de la Tierra. Disfruten de ella en las mejores condiciones en torno a los meses de junio y julio.
Jardines de infancia para estrellas
Ya en el apartado anterior nos hemos encontrado con nuestro primer cúmulo estelar abierto, NGC 6530 en la nebulosa de la Laguna, en Sagitario (figura 8). El ejemplar más destacado de esta categoría de objetos es, sin lugar a dudas, el cúmulo de las Pléyades. A simple vista se aprecian al menos seis estrellas bien separadas, alrededor de la cuarta magnitud, en la constelación boreal de Tauro, cercana a Orión y típica, por tanto, de los cielos del cambio de año. El cúmulo de las Pléyades (M45) está tan cerca (440 años luz) que abarca un trozo enorme del cielo, lo que hace que normalmente no quepa en el campo de visión de un telescopio normal. Aun así, vale la pena pasearse por este reino repleto de estrellas azuladas resplandecientes. Las fotografías muestran retazos nebulosos en las inmediaciones, casi imposibles de percibir visualmente con telescopios pequeños. En este caso no se trata de restos del gas a partir del que se formaron las estrellas, sino de una masa gaseosa interestelar que se ha cruzado en el camino del cúmulo mientras este sigue su órbita en torno al centro de la Galaxia.
Aunque las Pléyades pueden observarse desde el hemisferio austral de la Tierra, aparecen desde allí siempre en condiciones poco adecuadas. Pero no nos lamentemos, los cielos del sur brindan multitud de cúmulos estelares abiertos espectaculares, entre los que destaca el denominado IC 2602, apodado también Pléyades Australes (figura 7). A unos 500 años luz del Sol, este grupito, que incluye la estrella zeta de la Quilla, salta a la vista en la región celeste entre la Quilla, la Cruz del Sur y la Mosca, y destaca observado incluso con prismáticos.
En el hemisferio norte celeste no se debe perder el cúmulo Doble, en Perseo (figura 9), clavado entre las estrellas más reconocibles de esa constelación y la W de Casiopea. Se trata de una vista típica de los meses de setiembre y octubre, aunque se puede contemplar durante buena parte del año.
El final del Sol
Tras disfrutar de los mejores ejemplos de regiones de formación estelar (nebulosas difusas) y de grupos de estrellas jóvenes (cúmulos estelares abiertos), quizá sea la hora de observar justo lo contrario: el espectáculo que brindan las estrellas no demasiado masivas cuando agotan el combustible nuclear. Como hemos dicho antes, en esa fase, llamada de nebulosa planetaria, la estrella expulsa las capas externas y durante apenas unos miles de años, diez mil a lo sumo, lo que explica que sean tan escasas en los cielos de la Tierra.
Sin que sirva de precedente, los mejores ejemplos en esta ocasión se encuentran en los cielos boreales. En los meses de julio y agosto podemos acceder a la nebulosa Anular, en la Lira (M57), en la línea que une las estrellas beta y gamma de esa constelación. Se trata de un objeto muy compacto, por lo que admite (o, incluso, requiere) bastantes aumentos. Aprecie que el hueco central no es totalmente oscuro, sino que presenta un cierto nivel de brillo bastante superior al del fondo del cielo. La nebulosa está situada en un campo estelar increíblemente rico, en plena Vía Láctea.
Algo más al sur, y por tanto más accesible a observatorios australes, encontramos otro ejemplo magnífico de nebulosa planetaria, la Haltera (M27), en la constelación de la Zorra. Si no dispone de un telescopio automatizado puede ubicarla apuntando a la estrella gamma de la Flecha, la que marca la punta de este asterismo tan característico situado entre el Águila y el Cisne. Desde gamma de la Flecha desplácese poco a poco hacia el norte hasta dar con este objeto difuso, mucho más amplio que la nebulosa Anular y que ya no admite tantos aumentos.
Bolas de nieve y luz
Los cúmulos estelares globulares también son, como los abiertos, grupos de estrellas. Pero ahí terminan las semejanzas. Cualquier globular contiene muchísimas más estrellas que el más pesado de los cúmulos abiertos. Además, se trata de sistemas increíblemente antiguos, tan viejos como la Galaxia, en contraste con la juventud extrema de los cúmulos abiertos. Como hemos dicho, pueblan el halo galáctico y suelen estar muy alejados. Sus rasgos convergen hacia un aspecto observacional muy distinto al de los cúmulos abiertos y, de hecho, con telescopios pequeños parecen objetos de tipo totalmente distinto.
El hemisferio austral contiene los dos ejemplares mejores de cúmulos globulares, ambos inaccesibles a la población del hemisferio norte. El cúmulo conocido como 47 Tucanae (NGC 104) se intuye a simple vista como una estrella «rara» en la constelación del Tucán, a casi 15 000 años luz de distancia. Se proyecta sobre uno de los bordes de la galaxia irregular llamada Nube Menor de Magallanes y es imposible confundirlo cuando se busca con prismáticos. El cúmulo omega del Centauro (omega Centauri, NGC 5139) es aún más impresionante y brilla al norte del Centauro y la Cruz, por lo que las condiciones para observarlo son óptimas en marzo y abril. Como yace en el borde de la región circumpolar austral, observadores de latitudes medias boreales (Canarias, Andalucía, Caribe) pueden intentar verlo, mortecino y deslucido, muy bajo sobre el horizonte en esas fechas.
El mejor ejemplo de globular en el hemisferio boreal es el cúmulo de Hércules (M13), en la línea que une las estrellas eta y dseda del trapecio central (el costado que toca con la Corona Boreal). Se trata de un objeto propio de la primavera y el verano del norte. El otoño boreal da acceso a M15, en Pegaso, muy cerca de la estrella épsilon de esa constelación. En ambos casos, al aplicar más aumentos quizá logre distinguir estrellas individuales o, al menos la textura granulosa de su resplandor difuso que les confiere el aspecto de bolas de nieve o bancos de arena.
El filo del infinito
La mayoría de las nebulosas difusas y cúmulos estelares abiertos son objetos de verano o de invierno (sean estos boreales o australes) porque es en esas estaciones del año cuando la banda luminosa de la Vía Láctea cruza el firmamento nocturno en mejores condiciones. ¿Qué hacer, entonces, en las estaciones de otoño o primavera? Es esos meses el cielo nocturno queda encarado en dirección perpendicular al plano galáctico. Quedan a la vista menos estrellas, tanto débiles como brillantes. Pero la visual se orienta hacia regiones del espacio apartadas de las masas pulverulentas que pueblan el disco galáctico y que ocultan todo lo que hay detrás del mismo. Por eso los meses de marzo a junio, o de setiembre a diciembre, nos permiten sondear el cosmos con toda la profundidad de que sea capaz nuestro telescopio: son las épocas del año ideales para contemplar galaxias externas.
No hay duda de que las galaxias externas más llamativas y de observación más enriquecedora son los dos sistemas satélite de la Galaxia, las dos Nubes de Magallanes, Mayor y Menor. Ambas son de tipo irregular y yacen en la región circumpolar austral, por lo que su observación está totalmente vedada a quienes habitan el hemisferio norte. Se aprecian a simple vista en las constelaciones de Dorado y Mesa (la Nube Mayor, a 160 000 años luz de distancia) y del Tucán (Nube Menor, 200 000 años-luz).
En el hemisferio norte hay que referirse, ante todo, a la galaxia de Andrómeda (M31). Se localiza fácilmente en la constelación de Andrómeda (figura 9) usando como «apuntador» el asterismo de la constelación de Casiopea. Llega a distinguirse a simple vista, pero con prismáticos o telescopio demuestra todo su esplendor. Es la galaxia grande (de tipo espiral) más cercana a la nuestra, situada a unos 2.5 millones de años luz. Como la Galaxia, M31 tiene dos satélites, pero en este caso no son irregulares, sino de tipo elíptico: M 32 y M110. Cualquier telescopio revela estas dos formaciones adicionales. Observe la forma alargada de la galaxia principal y el gran contraste de brillo entre el núcleo y las zonas externas. Aunque la galaxia de Andrómeda es un objeto genuinamente boreal, puede llegar a observarse bien desde el hemisferio sur.
La primavera boreal, otoño austral, ofrece la gran acumulación de galaxias entre las constelaciones de Virgo y de la Cabellera de Berenice, entre las que hay varios ejemplares accesibles, cono nubecitas temblorosas, a telescopios pequeños y que pueden localizarse con la ayuda de cualquier mapa o guía del firmamento. En esta región empezamos a sentir el vértigo del infinito, porque la vista nos permite alcanzar, con el telescopio, distancias de hasta 60 millones de años luz.
La primavera austral, otoño boreal, incluye otras varias galaxias a la observación desde el hemisferio sur, como la interesante galaxia del Escultor, NGC 253. Búsquela con ayuda de un mapa entre la estrella alfa del Escultor y beta de la Ballena. Es una espiral que ofrece una orientación parecida a la de Andrómeda, aunque aparece más pequeña debido a su mayor distancia, nada menos que 12 millones de años luz.
Bibliografía y recursos
La cantidad de objetos celestes accesibles a un telescopio modesto bajo un cielo oscuro es abrumadora. En este capítulo hemos propuesto tan solo el ABC de la observación de los objetos difusos, pero cualquier guía celeste, apoyada en buena cartografía, servirá para localizar centenares, si no miles, de objetos similares, si bien quizá no sean tan espectaculares como los de la primera división, a la que pertenecen los astros que hemos seleccionado.
Las páginas en internet de Leonor Ana Hernández son una fuente inagotable de pistas sobre observación visual y dibujo astronómico. https://www.astronomadas.com/ http://almadelanoche.blogspot.com/
Quien tenga interés por el dibujo astronómico hará bien, además, en conseguir su libro Dibujo astronómico (ed. Marcombo).
El sitio en internet de Mariano Gibaja, Dibujo Astronómico, ofrece una recopilación asombrosa de observaciones visuales registradas mediante el dibujo, de un gran valor por su realismo y su contenido científico. Cualquier persona que quiera saber cómo se ven las cosas con un telescopio modesto debe consultar esa página.
No menos cabe decir de los registros de Michael Vlasov, en su portal Deep Sky Watch. Aparte del valor de sus dibujos, esquemas y registros, todos sus consejos y descripciones son del máximo interés para cualquier persona interesada por la astronomía práctica, si conoce la lengua inglesa.
La observación activa de los objetos difusos requiere recurrir a atlas, catálogos y guías celestes.
La Guía del firmamento de José Luis Comellas (de. Rialp) sigue siendo una referencia imprescindible en lengua castellana, aunque padece la limitación de estar centrada en observatorios del hemisferio norte.
Objetos celestes para telescopios modernos, de Michael A. Covington, ofrece material suficiente para toda una vida de diversión y entretenimiento con telescopios modestos.