11. Cómo observar los planetas

Por David Galadí Enríquez
Con dibujos de Leonor Ana Hernández

Los planetas del Sistema Solar nos fascinan. Sobre todo desde la edad dorada de la exploración espacial, con su torrente inacabable de descubrimientos y de fotografías que, a veces, nos parece que se acercan más a las obras de arte que a productos de investigación científica. Libros completos y series televisivas monográficas se dedican las maravillas de nuestro barrio cósmico a todo color. ¿Qué parte de ese espectáculo está accesible para su contemplación con medios observacionales sencillos? En los capítulos anteriores hemos adquirido las nociones básicas para utilizar un telescopio amater. Ahora vamos a utilizarlo para disfrutar en vivo del Sistema Solar.

Los planetas del Sistema Solar

Antes de la revolución científica se consideraba que la Tierra era el centro del universo, el cual ocupaba inmóvil, y que el cosmos era en realidad un espacio cerrado por la esfera de las estrellas fijas, que lucían como lámparas colgadas de un telón de fondo oscuro. Entre esa esfera exterior y la Tierra es extendía un espacio por el que se desplazaban los astros «no fijos», es decir, «errantes», y este segundo es el significado de la palabra griega original de la que deriva planeta. Por lo tanto, en los tiempos clásicos había tantos planetas como cosas móviles entre las estrellas y la Tierra. Se consideraban planetas: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Otros miembros del Sistema Solar como los asteroides o los planetas Urano y Neptuno aún no se habían descubierto, mientras que los cometas se consideraban fenómenos no astronómicos, sino atmosféricos.

Como vemos, la lista se limitaba a los astros errantes que se pueden distinguir a simple vista. Hoy día preferimos dejar fuera de la relación el Sol, que es una estrella, y la Luna, como satélite natural de la Tierra. De la observación de la Luna ya hemos hablado en capítulos anteriores y a la del Sol dedicaremos algún espacio más adelante. Ahora daremos un repaso a lo que puede observarse, con medios modestos, en los planetas tal y como los define la ciencia actual, contando entre ellos a Urano y Neptuno. Proporcionaremos también algunas nociones sobre qué son y cómo observar asteroides y cometas. Sin embargo, parece adecuado dar algunas pinceladas iniciales sobre el Sistema Solar en general observado a simple vista.

Recursos para ubicar los planetas

Si los antiguos conocían los planetas desde Mercurio hasta Saturno es porque se distinguen, y además bastante bien, a simple vista. Choca comprobar que en estos tiempos modernos hay bastantes personas que se sorprenden cuando se les dice que muchos planetas, por ejemplo Marte, se divisan mirando al cielo sin más. Las sorpresa se torna en desconcierto al iniciarse en la afición, porque quien aspira a observar el firmamento partiendo de cero no suele tener ni idea de dónde mirar para encontrar, por ejemplo, Júpiter. Como los planetas se mueven por el cielo, no constan en los atlas estelares normales. ¿Cómo saber adónde mirar?

Antes de la era digital no había más remedio que recurrir a publicaciones periódicas, revistas, anuarios de efemérides o tablas en libros. Muchos de estos recursos siguen disponibles y son recomendables y perfectamente válidos. Por ejemplo, las revistas de astronomía habituales suelen incluir un apartado con el aspecto del cielo en el mes de publicación que incluye datos sobre la ubicación de los planetas, a menudo acompañados con indicaciones sobre su brillo y otros detalles. También están a la venta calendarios de mesa con datos mes a mes, o publicaciones específicas que detallan los fenómenos relevantes para cada día del año (véase el apartado final de bibliografía y recursos).

Figura 1. Una muestra de los mapas disponibles para localizar los planetas en el firmamento. En este caso se trata del mapa para enero de 2023, para observación desde latitudes medias del hemisferio norte, elaborado por Antonio Bernal González. Un mapa similar a este, junto a muchos otros datos, forma parte del apartado «Agenda», de Antonio Bernal, cada mes en la revista Astronomía (véase el apartado de bibliografía y recursos al final de este artículo).

Pero ahora disponemos también de recursos en la red. Bastantes páginas de internet ofrecen resúmenes del estado del Sistema Solar e indicaciones sobre cómo, dónde y cuándo encontrar los planetas. Por último, no olvidemos los programas informáticos de tipo planetario digital, como el magnífico Stellarium, que brindan la manera quizá más inmediata de ubicar los planetas en el cielo para personas con poca o ninguna experiencia previa.

Un aspecto clave del Sistema Solar consiste en su carácter plano. Las órbitas de los planetas en torno al Sol y de la Luna alrededor de la Tierra son coplanarias, forman ángulos muy pequeños unas respecto de las otras. Esto tiene como consecuencia que, desde la Tierra, los planetas y la Luna, así como el Sol, se ven siempre colocados formando una fila sobre el cielo: se apartan poco, a lo sumo unos grados (la Luna, por ejemplo, solo cinco) al norte o al sur de la línea marcada por el plano orbital de la Tierra, llamada eclíptica.

Todos los mapas del cielo tienen trazada la eclíptica, y la banda de cielo que hay a su alrededor y que abarca unos ocho grados al norte y al sur es el zodiaco. Dentro del zodiaco es donde hay que buscar la Luna y los planetas.

Los planetas a simple vista

Todos los planetas que se pueden captar a simple vista aparecen como luceros muy brillantes, siempre comparables a las estrellas más destacadas del cielo. Un detalle observacional muy curioso ayuda a distinguirlos: los planetas no experimentan el centelleo o titilar tan típico de las estrellas. Las estrellas son objetos inmensos pero situados a distancias tan lejanas que presentan un tamaño aparente minúsculo, prácticamente puntual. Eso quiere decir que de cada estrella recibimos casi un solo rayo de luz, y ese rayo puede aumentar o disminuir de brillo según las vicisitudes que experimente a su paso por la atmósfera. Pero los planetas están tan cerca que sus disquitos tienen un cierto tamaño aparente. Aunque este hecho no se perciba a simple vista, la realidad es que al ojo llegan varios rayos de luz, procedentes de distintas zonas del disco planetario, y las perturbaciones atmosféricas afectan de manera distinta a cada rayo, de manera que al final se promedian entre sí y el planeta presenta un brillo muy estable que a veces contrasta mucho con el parpadeo nervioso de las estrellas más destacadas.

Es tradición distinguir entre planetas inferiores y superiores. Los inferiores son Mercurio y Venus, porque tienen sus órbitas en el interior de la terrestre. Los superiores son todos los demás. Esta distinción resulta muy importante desde el punto de vista observacional porque determina las circunstancias de visibilidad de cada astro.

Los planetas inferiores no pueden apartarse del Sol todo lo que quieran: sus órbitas, menores que la terrestre, los mantienen confinados dentro de un intervalo de distancias angulares medidas desde el Sol, o elongaciones. Así, la elongación máxima de Mercurio no supera los 28 grados, mientras que la de Venus puede llegar 46. Esto significa que estos planetas solo pueden verse cuando el Sol está no muy por debajo del horizonte. Dependiendo del lado de la órbita en la que caigan, podremos ver Mercurio o Venus como objetos matutinos, por el este, poco antes del amanecer, o como astros vespertinos, por el oeste, algo después de la puesta de Sol, pero jamás los encontraremos en el cielo a media noche. A veces están en la misma dirección del Sol, sea por hallarse entre la Tierra y la estrella (conjunción inferior) o al otro lado del astro rey (conjunción superior): en cualquiera de estos casos Mercurio o Venus son inobservables por que solo pasan por el firmamento de día y con el Sol muy cerca de la línea visual.

En cambio, los planetas superiores siguen órbitas mayores que la terrestre, que los puede llevar a cualquier elongación del Sol, entre cero grados (conjunción) y 180 grados (oposición). Basta trazar un diagrama de órbitas sencillo para darse cuenta de que la oposición de un planeta superior corresponde al momento en que su distancia a la Tierra es mínima. Además, al estar opuesto al Sol en el firmamento recibe su luz de pleno (fase llena). Los dos factores juntos hacen que las fechas en torno a las oposiciones de los planetas superiores constituyan las fechas más favorables para su observación.

Supongamos que hemos localizado los planetas accesibles para esta noche. ¿Qué podemos esperar ver en ellos si disponemos de un telescopio modesto? Vamos a tratarlo siguiendo el orden que va desde lo más sencillo de observar hasta lo más difícil.

Júpiter

No hay planeta más fácil de observar que Júpiter. A pesar de su gran distancia al Sol y a la Tierra, su gran tamaño intrínseco y su color no demasiado oscuro hacen que refleje tanta luz que se muestra como uno de los luceros más llamativos del firmamento. Con su luz blanca y estable, a menudo Júpiter es la fuente de luz más potente que hay en el cielo. Su brillo mínimo, con magnitud -1.3, iguala el de Sirio, mientras que en el máximo pude alcanzar la magnitud -2.7. Recuerde que explicamos el sistema de magnitudes estelares para describir el brillo de los astros en la tercera entrega de esta serie.

Júpiter ofrece el disco planetario más grande que se puede observar desde la Tierra, con entre 31 y 48 segundos de arco de diámetro. Recordemos que, tal y como explicamos en el capítulo 1,  un grado corresponde al tamaño aparente de un centímetro colocado a 60 centímetros de distancia (la longitud del brazo de una persona adulta). Cada grado se divide en 60 minutos de arco. Si la Luna viene a tener medio grado de diámetro aparente, entonces eso equivale a 30 minutos de arco. Pues bien, cada minuto de arco se divide a su vez en 60 segundos. Cada segundo abarca un ángulo aparente minúsculo. El tamaño aparente de las imágenes estelares vistas a través de la atmósfera suele ser de unos cuantos segundos de arco.

El diámetro aparente máximo de Júpiter, de casi 50 segundos de arco, lo deja fuera del alcance de las mejores vistas humanas, que, según se dice, pueden alcanzar alrededor de un minuto de arco. Eso quiere decir que si Júpiter hubiera sido algo mayor, o hubiera estado un poquito más cerca, algunos seres humanos habrían visto que no es un punto, sino una bola, desde el principio de los tiempos. Aun así, muchas personas se sorprenden de lo pequeñito que se ve el planeta, incluso al telescopio.

Figura 2. Qué ver en el planeta Júpiter. Se indican los rasgos básicos en los que hay que centrar la atención al observar Júpiter. La mancha roja pude encontrarse a la vista o no, dependiendo de la rotación del planeta. Las sombras de satélites cruzan el disco del planeta de manera ocasional y conviene informarse de cuándo se pueden contemplar estos fenómenos.

Toda la masa de Júpiter (salvo, quizá, su núcleo) es gaseosa y por eso solo pueden observarse sus formaciones nubosas, que se organizan en bandas paralelas al ecuador y que van alternando entre tonos claros y oscuros. Incluso el telescopio más sencillo muestra al menos dos bandas oscuras, las más gruesas y contrastadas, contra un fondo planetario de tono crema, marfil o vainilla (intente usted su propia definición de este tono tan sutil).

Con un buen telescopio, una buena vista y mejores condiciones atmosféricas, en ocasiones llega a verse en la parte sur del planeta una manchita de tonos anaranjados llamada Gran Mancha Roja. Esta formación turbulenta, cuando se ve, aparece pegada al costado sur de la banda oscura meridional más fuerte. Este remolino, que dura ya más de trescientos años, cambia de tamaño y de intensidad cromática con el paso del tiempo. No desespere si no lo llega a ver: para empezar, puede que la mancha roja esté al otro lado del planeta, cuya rotación es de poco menos de diez horas. Pero, incluso cuando se halla en la cara visible, hacen falta condiciones de turbulencia atmosférica realmente buenas para que se llegue a divisar.

Diez horas de rotación es muy poco para un planeta que es más de diez veces más grande que la Tierra y este giro alocado tiene una consecuencia que se aprecia con mucha facilidad: el planeta está achatado por los polos. Repare en esta circunstancia, que es real y no un efecto óptico inducido por la disposición de las bandas nubosas. El carácter gaseoso del planeta se pone de manifiesto, también, en el oscurecimiento del limbo: compruebe que el disco joviano no muestra un aspecto uniforme, sino que se presenta más brillante en la zona central y se va apagando progresivamente hacia los bordes.

Pero lo que más llama la atención a primer golpe de vista cuando se apunta a Júpiter con un telescopio son sus cuatro satélites principales, llamados galieanos porque los descubrió Galileo Galilei en 1609.  Ío, Europa, Ganimedes y Calisto presentan brillos aparentes muy parecidos y lucen tanto que se podrían distinguir a simple vista si no quedaran cegados por el resplandor de Júpiter. Si Galileo los llegó a ver con sus aparatos rudimentarios, se entiende que hoy basten unos prismáticos para detectarlos como puntitos que lucen siempre alineados con el ecuador del planeta. No siempre veremos los cuatro: en ocasiones alguno estará por detrás o por delante del disco planetario, lo que lo volverá invisible.

Quizá uno de los espectáculos más llamativos que ofrece el sistema joviano sean los eclipses de Sol causados por sus satélites. En ocasiones, uno de los cuatro satélites galileanos pasa entre Júpiter y el Sol y proyecta su sombra, negrísima, sobre el disco del planeta. El contraste es tan intenso que estos fenómenos llegan a verse incluso con los telescopios más sencillos. Conviene informarse de cuándo se producen estos tránsitos de sombra, y las revistas y anuarios suelen incluir datos al respecto. Como el plano orbital de Júpiter casi coincide con el de la Tierra, y como, además, su eje de rotación es casi perpendicular a la órbita, los satélites galieanos, que se mueven en el plano ecuatorial del planeta, siempre pasan por delante y por detrás del globo a cada vuelta, por lo que los eclipses (tránsitos de sombras) pueden producirse en cualquier momento en el sistema joviano.

Júpiter tiene muchos otros satélites, pero quedan fuera del alcance de los telescopios amater. Tampoco es posible ver desde la Tierra con recursos sencillos su debilísimo sistema de anillos.

Saturno

Cualquier persona que se interese por la astronomía práctica espera ansiosa el momento de contemplar el planeta Saturno con su telescopio. Junto a la Luna, este cuerpo celeste es el que jamás decepciona porque ofrece, incluso con los telescopios más pequeños, una visión encantadora, como si se tratara de una joyita clavada en terciopelo negro. Por supuesto, el espectáculo se debe al aspecto mágico, casi irreal, de su sistema de anillos.

A simple vista, el brillo aparente de Saturno depende de la configuración de los anillos y llega desde un fulgor mínimo en torno a magnitud +0.7 hasta un máximo de -0.2. Muchos libros antiguos describían el color de Saturno, observado a simple vista, como «plomizo». Cuesta entender el origen de esta descripción, totalmente falsa, por cierto. Saturno se ve blanco, sin más, o, si acaso, ligeramente amarillento.

Figura 3. Qué observar en Saturno. La división de Cassini requiere telescopios de buena abertura y calidad, así como una atmósfera estable. La abertura de los anillos varía mucho a lo largo de ciclos de quince años. En este esquema los anillos se presentan en su abertura máxima, en la que rebasan ligeramente el disco del planeta por ambos polos.

Saturno es más pequeño que Júpiter y, además, se encuentra bastante más lejos. Por eso su disco no llega nunca a mostrar un tamaño aparente de 20 segundos de arco, sino que ronda más bien los 18. Sin embargo, los anillos que lo abrazan son tan grandes que, a pesar de la distancia, abarcan de lado a lado el mismo tamaño aparente del disco de Júpiter, hasta 48 segundos de arco. Esto sigue siendo poco, no lo olvidemos, pero aun así es posible distinguir, incluso con telescopios simples, toda una serie de detalles en Saturno y sus anillos.

El disco del planeta muestra un tono crema o marfileño muy suave, similar al de las regiones claras de Júpiter, quizá algo más amarillento. Procure percibir este tono y no olvide compararlo con el color blanco purísimo de los anillos, lo que ayudará a captar los matices. El disco no posee los detalles tan contrastados de Júpiter y en él llega a apreciarse, como mucho, una banda algo más oscura que el resto, proporcionalmente más ancha y difusa que las que adornan el ecuador del planeta mayor.

Si los anillos no ocultan demasiado el disco de Saturno, entonces es posible notar que también el disco de Saturno está achatado por culpa de su rotación, que viene a ser igual de rápida que la de Júpiter al completar una vuelta en poco más de unas diez horas. También el disco de Saturno muestra un oscurecimiento del limbo notable, debido a la atmósfera superior del planeta: el borde aparece más oscuro que las partes centrales.

Los anillos abrazan el planeta por su ecuador y lo rodean sin llegar a tocarlo en ningún momento. Aparte de su color blanco puro, los anillos pueden llegar a mostrar un tramo oscuro, como una línea que separa el anillo en dos partes. Se trata de la división de Cassini, un rasgo que solo se hace visible con claridad con telescopios de abertura suficiente y si las condiciones de turbulencia del aire son muy buenas.

Repare también en cuál es la parte en la que los anillos pasan por delante del planeta, y por dónde pasan por detrás. Además, es bastante frecuente que se aprecie la sombra de los anillos proyectada sobre el planeta. Tras percibir este detalle no deje de buscar la sombra del planeta sobre los anillos: será aparente solo a uno de los lados del planeta, no a ambos, y su ubicación depende, como es natural, del costado desde el que incide la luz solar.

Si Júpiter tiene cuatro satélites galieanos, grandes, casi iguales, y un ejército de satélites menores fuera del alcance de telescopios sencillos, el caso de Saturno es algo más complejo. Cuenta con un gran satélite, Titán, que se ve siempre junto al planeta incluso con los aparatos menos potentes (magnitud aparente 8). Es un ejercicio interesante seguir su movimiento orbital a lo largo de los casi 16 días que tarda en completar una vuelta. Sigue una trayectoria centrada en el planeta pero concéntrica con los anillos. Lo normal es que esta trayectoria lo haga pasar por encima y por debajo del planeta en cada giro, sin que se produzcan, normalmente, los fenómenos de tránsitos, ocultaciones, eclipses y sombras que dan tanto juego en el sistema joviano.

Figura 4. Observación de Saturno por Leonor Ana Hernández el 9 de octubre de 1999. El dibujo registra todos los rasgos más importantes (compárese con la figura 3). La vista de gran campo que consta abajo a la derecha indica tres puntos que son, en realidad, satélites del planeta. Justo debajo de Saturno, marcado con una interrogación, aparece Tetis (también se plasma en el dibujo detallado). A la izquierda del planeta se ve Dione, y abajo, cerca del borde del dibujo, aparece Titán. Norte arriba, este a la derecha. Telescopio catadióptrico de 20 cm de abertura, 209 aumentos. El alma de la noche.

Luego existe todo un grupo de satélites medianos, algunos de los cuales pueden estar al alcance de telescopios pequeños. Dependiendo de la abertura de su telescopio y de la calidad de la noche puede usted intentar observar, como puntitos muy débiles y cercanos al planeta, los satélites Rea (magnitud 9.7), Tetis (10.2), Dione (10.4) o Jápeto (de 10.2 a 11.9). Otros varios quedan más allá del alcance de los telescopios amater normales.

El plano de la órbita de Saturno también coincide con el de la Tierra pero, a diferencia de Júpiter, en el planeta de los anillos el eje de rotación está inclinado más de 26 grados. Esto hace que veamos el sistema de Saturno desde perspectivas muy distintas dependiendo de su posición en la órbita. El plano ecuatorial del planeta se ve de perfil cuando este astro pasa por las constelaciones de Acuario y de Leo. En esas etapas los anillos se ven de canto y casi desaparecen de la vista (de hecho, llegan a hacerlo durante algunos días). Por el contrario, cuando Saturno pasa por Ofiuco y por Tauro los anillos se abren por completo y llegan a rebasar el disco del planeta por el norte y por el sur: en esos momentos su claridad hace que Saturno, a simple vista, alcance el máximo brillo aparente.

Cuando los anillos de Saturno se presentan de canto pueden producirse fenómenos como los de los satélites de Júpiter. Son de un interés especial los tránsitos de la sombra de Titán sobre el disco del planeta, un suceso nada frecuente y que solo se puede producir en periodos que duran algunas semanas separados por quince años.

Venus

Venus ocupa el tercer lugar en cuanto a interés y facilidad de observación visto desde la Tierra. Se trata del objeto más brillante del cielo terrestre después del Sol y de la Luna, y eso se debe a que está bastante cerca tanto del Sol como de la Tierra y, además, este planeta rocoso está cubierto de manera permanente por una capa impenetrable de nubes blancas que reflejan una parte enorme de la luz solar que reciben. La magnitud aparente de Venus llega hasta -4.5 en las condiciones más favorables, y llega a ser visible incluso a plena luz del día si se sabe adónde mirar. Si usted dispone de un telescopio automático, puede tener sentido intentar localizar Venus en pleno día y luego, con el buscador, ubicarlo en la bóveda celeste para lograr distinguirlo como una estrella diurna contra el cielo azul. Tenga cuidado para que la luz del Sol no entre en el telescopio porque podría estropearlo.

La visión de Venus depende mucho de su posición en la órbita. En las conjunciones (inferior o superior) no resulta observable. Durante el resto del tiempo, hay una mitad en la que cae al este del Sol y, por tanto, Venus se ve como el «lucero de la tarde» tras el ocaso solar, mientras que la otra mitad del tiempo yace al oeste y aparece como el «lucero del alba».

Lo más interesante de Venus es que, al tratarse de un planeta inferior, a lo largo de su ciclo podemos ver cómo cambian sus fases, casi como las de la Luna. En efecto, los planetas superiores muestran fases siempre muy cercanas a llena, jamás se aproximan ni de lejos a una fase de cuarto y sus discos se ven siempre iluminados casi por completo. En cambio, los planetas inferiores se pueden ver en todas las condiciones de iluminación, desde fase llena a nueva, pasando por los cuartos (véase la figura 9). Venus carece de satélites y, al estar siempre cubierto de nubes, no hay ningún detalle que ver en su disco, pero seguir la evolución de sus fases y cambios de tamaño aparente resulta muy interesante, incluso como actividad escolar.

El diámetro aparente de Venus varía mucho según su fase. Cuando está en fase llena, al otro lado del Sol, ronda los 12 segundos de arco, o sea, se ve minúsculo. En las épocas de mejor visibilidad, fases de cuarto, supera los 25 segundos de arco. Y cuando pasa entre la Tierra y el Sol, en fase de fina lúnula (muy espectacular) crece hasta los 50 segundos de arco, aunque el mayor tamaño aparente coincide con la fase nueva y la conjunción inferior, por lo que no es observable.

Venus pasa a veces ante el disco solar visto desde la Tierra, pero estos fenómenos son muy infrecuentes. Los más recientes sucedieron en 2004 y 2012, y no habrá otro para hasta los años 2117 y 2125.

Marte

Marte es un mundo fascinante para la astronomía y para la cultura popular. Sin embargo, su observación telescópica da de sí bastante menos de lo que espera la mayoría de la gente, y suele decepcionar.

A simple vista, Marte se caracteriza por un color anaranjado muy intenso, comparable al tono de las estrellas gigantes más rojizas (como Antares, Betelgueuse o Aldebarán). Otro de sus rasgos típicos es la gran variabilidad de su tamaño y brillo aparentes dependiendo de la posición orbital, es decir, de su distancia a la Tierra. En su distancia mayor ronda unos miserables 5 segundos de arco, mientras que en oposición, o sea, cuando la Tierra pasa entre el planeta y el Sol, puede alcanzar 25 segundos de arco en los mejores casos y poco más de 13 en los peores. Vemos, por tanto, que Marte puede mostrar, como mucho, la mitad del diámetro aparente de Júpiter. Los cambios de diámetro aparente se correlacionan con las variaciones de brillo, que llevan Marte hasta una discreta magnitud +1.5 en la conjunción, pero hasta un valor deslumbrante de -2.8 en las mejores oposiciones.

Figura 5. Qué ver en Marte. El atisbo de fase puede verse a un costado u otro del planeta, dependiendo de su posición orbital, y no se aprecia en torno a la oposición del planeta. El casquete polar visible puede ser el norte o el sur, dependiendo de la posición del planeta en su órbita.

Puede ser curioso observar Marte con telescopio en cualquier momento en que se ofrezca a la vista, pero lo normal es que tan solo sea posible apreciar su color de ladrillo. Las mejores observaciones se realizan en las oposiciones y los dos meses anteriores y posteriores. Marte pasa por la oposición una vez cada dos años y conviene informarse en las fuentes adecuadas sobre cuándo se producirán estos fenómenos. No todas las oposiciones son iguales, porque la excentricidad orbital de Marte hace que las condiciones de una a otra varíen bastante. Pero siempre cabe percibir los rasgos que comentamos a continuación.

Figura 6. Comparación a escala real del tamaño aparente que muestran los planetas Saturno, Júpiter y Marte vistos desde la Tierra. Marte se plasma con su tamaño aparente mayor posible, que llega a rondar la mitad del de Júpiter, aunque casi siempre se ve aún más pequeño. El disco de Júpiter abarca, como mucho, unos 48 segundos de arco. Hay que poner el máximo de aumentos que permita el telescopio y contar con una atmósfera estable para observar bien cosas tan pequeñitas.

Como queda dicho, el detalle más llamativo de Marte es el color ladrillo de su superficie. En este planeta sí se llega a ver la superficie sólida, porque su atmósfera es muy tenue y bastante trasparente. Marte está dotado de casquetes polares y en las oposiciones siempre se llega a ver uno de ellos: incluso un telescopio modesto logra mostrar el casquete polar visible como una mancha brillante, clara, en uno de los extremos del disco.

Figura 7. Marte visto con muy pocos aumentos mediante unos prismáticos astronómicos, mientras cruzaba el cúmulo estelar del Pesebre en 2013. El único rasgo destacado del planeta es su color ladrillo, captado con todo realismo en este dibujo de Leonor Ana Hernández. El alma de la noche.

Ver otros rasgos resulta más complicado, aunque no imposible. Se requieren telescopios de calidad y buena abertura, así como condiciones atmosféricas muy favorables. Este último punto es fundamental y no suele cumplirse cuando se observa desde el interior de una ciudad. En circunstancias óptimas se pueden distinguir manchas oscuras en el disco marciano, de un tono gris casi negro, que contrastan con el color anaranjado de la mayor parte de la superficie. Un mapa de Marte o un programa de simulación como Stellarium pueden ayudar a identificar algunos de estos rasgos, en caso de llegar a distinguirse.

Marte tiene dos satélites que están totalmente fuera del alcance de la observación visual con telescopios amater normales.

Mercurio

Mercurio es muy difícil de observar porque lo tiene todo en contra. Es un mundo pequeño y se encuentra siempre muy pegado al Sol. Por eso mismo su movimiento orbital es muy rápido, con lo que cambia de condiciones de observación de un día para otro. Solo tiene sentido intentar observarlo en los días que rondan sus máximas elongaciones y, aun así, no presenta más rasgos interesantes que la fase: al ser un planeta inferior, Mercurio sigue un ciclo de fases completo, como el de Venus.

En el entorno de las máximas elongaciones, Mercurio llega a medir entre 7 y 13 segundos de arco de diámetro aparente y una magnitud que puede rondar el valor de -1. Como está tan cerca del Sol, siempre hay que observarlo muy poco tiempo antes del amanecer, o muy poco tiempo después de la puesta de Sol, lo que hace que se encuentre siempre muy bajo, con todos los inconvenientes de brumas y turbulencia que eso implica. Puede tener sentido intentar observarlo de día si se dispone de un telescopio automatizado (de nuevo, tenga cuidado para que la luz solar no entre en el telescopio porque, dependiendo del modelo, lo podría deteriorar).

Figura 8. Mercurio transita ante el disco solar el 9 de mayo de 2016. Dibujo de Leonor Ana Hernández. Compárese la mancha solar que aparece hacia la derecha con el tamaño y la negrura del disco del planeta en la parte izquierda. El alma de la noche.

Mercurio, como Venus, de vez en cuando pasa por delante del disco solar. Las características de su órbita hacen que este fenómeno sea más frecuente que en el caso de la diosa del amor: hay 13 o 14 tránsitos de Mercurio ante el Sol cada siglo. Infórmese de las fechas de los próximos.

Mercurio carece tanto de atmósfera como de satélites.

Urano y Neptuno

Figura 9. Encuentro de Venus y Neptuno el 12 de enero de 2017 observado con 59 aumentos y un campo de visión de 83 minutos de arco, unas dos veces y media el tamaño aparente de la Luna. Obsérvese la fase de Venus, cercano a la fase de cuarto, y a su derecha, justo por encima de una de las espículas de difracción causadas por el telescopio, el punto de color celeste de Neptuno (señalado, además, con dos rayitas). Dibujo de Leonor Ana Hernández. El alma de la noche.

Urano y Neptuno existen, están ahí, pero poca gente los ha observado. No se captan a simple vista, pero cualquier telescopio los puede mostrar con sus magnitudes aparentes en torno a 6 y a 8, respectivamente. Aunque tienen satélites y anillos, no se pueden distinguir en observación visual con equipos amater. Intente percibir el tono azulado o ligeramente verdoso que algunas personas dicen detectar en estos dos planetas y, sobre todo, trate de percibir el disco minúsculo de Urano (menos de 4 segundos de arco), que quizá se vea mejor si lo compara con el aspecto puntual de las estrellas que haya en el campo de visión. El disco de Neptuno es tan pequeño (2.5 segundos de arco) que resulta imposible de distinguir de un objeto puntual bajo condiciones normales de turbulencia.

Asteroides

En el Sistema Solar hay objetos sólidos pequeños, antiguamente llamados también «planetas menores», que se concentran en dos áreas principales: el  cinturón principal de asteroides, entre Marte y Júpiter, y el cinturón de Kuiper o de los objetos transneptunianos, más allá de Neptuno, como su propio nombre indica.

Cualquier telescopio permite observar un buen puñado de asteroides, si bien todos ellos pertenecen al Sistema Solar interior, o sea, al grupo de los que pueblan el cinturón principal. Los objetos trasneptunianos están compuestos sobre todo de hielos y se hallan tan lejos del Sol que solo pueden detectarse con grandes telescopios. Plutón, el más brillante de todos, puede llegar a captarse visualmente con telescopios de al menos 40 centímetros de abertura.

Pero los asteroides más brillantes situados más allá de Marte sí pueden verse. Eso sí, siempre como puntitos que solo revelarán su naturaleza no estelar tras observarlos varios días y comprobar que se mueven contra el fondo de estrellas. Los tres más brillantes son Vesta (brillo máximo en magnitud 5.3), Palas (6.1) y Ceres (6.5). Por supuesto, para dar con ellos hay que disponer de buenas efemérides y mapas detallados de la zona del cielo que haya que observar.

Cometas

Los cometas vienen a ser asteroides hechos de hielo que se acercan al Sol lo suficiente como para que se sublimen sus materiales congelados. Así se desprenden gases y polvo que forman las vistosas cabelleras y colas que vemos en las fotografías.

Muchos cometas son tan modestos que ni siquiera llegan a desarrollar cola, pero, cuando la cola está presente, se orienta siempre en dirección contraria al Sol. Es decir, que la cola cometaria no es un rastro dejado por el astro por detrás en el curso de su movimiento, sino un penacho de materiales gaseosos y pulverulentos arrancado y arrastrado por el viento solar.

Figura 10. El cometa C/2021 A1 Leonard dibujado por Leonor Ana Hernández el 4 de diciembre de 2021. Con un telescopio de nada menos que 77 cm de abertura, el cometa muestra las partes habituales en un astro de este tipo bien desarrollado: núcleo, cabellera y cola. Véanse los comentarios sobre su movimiento. El alma de la noche.

La mayoría de cometas son muy débiles, pero cada año hay alguno que puede llegar a observarse con telescopio como una bolita difusa que, además, desaparece en cuanto hay un mínimo de contaminación lumínica. Solo muy de vez en cuando pasan por el Sistema Solar interior grandes bloques de hielo que dan lugar a cometas gloriosos, que se aprecian incluso a simple vista y que con telescopio pueden ofrecer espectáculos muy sorprendentes.

De nuevo, la clave para observar algunos de estos astros se encuentra en seguir la información astronómica actualizada a través de las revistas mensuales, y contar con fuentes fiables para sus efemérides.

Bibliografía y recursos

Ana Hernández, Leonor, Dibujo astronómico, editorial Marcombo. La decepción de algunas personas al observar los planetas al telescopio suele deberse a las expectativas creadas por las magníficas fotografías astronómicas obtenidas por sondas espaciales o mediante telescopios y cámaras especiales desde la Tierra. Pero es el dibujo el método de registro más fiel a lo que capta la vista humana, y por eso hemos ilustrado este artículo con este tipo de ilustraciones, realizadas por la autora del libro que recomendamos. Dibujo astronómico constituye la mejor guía disponible en nuestro idioma para introducirse en este campo que une la ciencia con el arte y que puede resultar del mayor interés para quienes se inician en la observación activa.

José Luis Comellas García-Llera, Guía del firmamento, RIALP, múltiples ediciones desde 1979. Este clásico eterno incluye, entre sus capítulos introductorios, toda una síntesis de observación elemental con consejos sobre la observación del Sistema Solar con telescopios modestos.

D. Galadí-Enríquez y J. Gutiérrez Cabello, De la Tierra al universo: Astronomía general teórica y práctica, 2ª. edición, Ediciones Akal. Los capítulos sobre el Sistema Solar incluyen mucha más información que esta guía de iniciación y culminan siempre con consejos para la observación elemental y avanzada.

Revista Astronomía, publicación mensual en lengua castellana, la fuente de información más recomendable sobre actualidad astronómica. Incluye agenda mensual con el aspecto del cielo, planetas incluidos, así como datos recientes sobre cometas accesibles con medios amater. https://www.globalastronomia.com/

Recursos en la red:

Descargue e instale el programa de libre distribución Stellarium, un recurso muy valioso para ubicar los planetas del Sistema Solar, o incluso para obtener información sobre la posición aparente y brillo de sus satélites (en el caso de Saturno y Júpiter). https://stellarium.org/es/

Hay bastantes páginas en internet con información en nuestro idioma sobre qué ver en el cielo cada mes, incluyendo datos actualizados sobre los planetas. Entre muchas otras direcciones, podemos sugerir las que siguen:

Para habitantes del hemisferio norte:

El cielo del mes, en «El séptimo cielo», de la Fundación Descubre: https://elseptimocielo.fundaciondescubre.es/disfruta-del-universo/el-cielo-del-mes/

https://astrosabadell.org/es/observacio/aquest-mes-al-cel (también disponible en lengua catalana)

https://www.museocienciavalladolid.es/category/blog/asomate-al-universo/

Para habitantes del hemisferio sur:

https://www.circuloastronomico.cl/cielo/cielodelmes.html

http://www.cielosur.com/

Publicaciones impresas con información sobre efemérides planetarias y lunares:

Para habitantes del hemisferio norte, dos posibilidades (quizá complementarias) son las que ofrecen estas pulblicaciones:

Calendario de la Luna, un almanaque de sobremesa que, aparte de la información habitual de cualquier calendario para cada mes, incluye las posiciones de la Luna, del Sol y de los planetas. Apartado de correos 96003, 08080 Barcelona (España), calendarioluna@hotmail.com

Guía del cielo, publicación anual creada por los hermanos Enrique y Pedro Velasco Caravaca, editorial Procivel Editores. Aparece cada año e incluye información gráfica y muy bien organizada, apta para iniciación, sobre los fenómenos celestes más destacados, incluidas las posiciones y fenómenos de los planetas.