¿Qué es la zona de habitabilidad estelar?
La zona de habitabilidad es la región alrededor de una estrella donde las condiciones ambientales son favorables para albergar vida en los planetas o satélites que se encuentren en ella. Dos condiciones indispensables son la presencia de agua líquida y una fuente de energía, aunque esto es naturalmente una extrapolación de los requisitos de habitabilidad en la Tierra: si se descubre la existencia de vida en ausencia de agua, habría que cambiar esta definición.
También conocida como «Ricitos de Oro», se trata de la región en la que un planeta recibe la cantidad justa de energía de su estrella para que el agua se mantenga en estado líquido en su superficie. Si está demasiado cerca, se evaporaría debido a las altas temperaturas; en cambio si está demasiado lejos, se congelaría.
La ubicación de la zona de habitabilidad estelar varía según el tipo de estrella: en aquellas más calientes y brillantes la zona de habitabilidad se encuentra más alejada, mientras que en las frías y menos luminosas está más cerca.
Factores que influyen en la habitabilidad estelar
No todas las estrellas pueden tener una zona de habitabilidad, pues deben cumplir ciertas condiciones:
- Permitir la existencia de agua líquida: como hemos destacado, la temperatura en la superficie de los planetas debe ser adecuada para que el agua permanezca en estado líquido, lo que es esencial para la vida tal como la conocemos.
- Longevidad: La estrella debe vivir el tiempo suficiente para permitir que la vida evolucione. Estrellas masivas y calientes, como las de tipo O y B, tienen vidas cortas y terminan en explosiones de supernova, lo que hace improbable que sus planetas desarrollen vida. En cambio, estrellas de tipo G (como el Sol) o enanas K y M pueden ofrecer períodos prolongados de estabilidad. En concreto nuestro astro rey se enmarca en el subtipo G2, que indica que está en la parte más caliente del grupo, cerca del límite con las estrellas F.
- Estabilidad luminosa: Variaciones extremas en la luminosidad de una estrella pueden generar cambios drásticos en la temperatura de sus planetas, dificultando la existencia de condiciones estables.
- Radión ultravioleta: Un nivel adecuado de radiación ultravioleta es importante para procesos como la formación de ozono, pero un exceso puede dañar moléculas orgánicas esenciales para la vida.
- Metalidad adecuada: Las estrellas deben tener un contenido suficientemente alto de metales pesados para que puedan formarse planetas rocosos, ya que los planetas habitables se presuponen de tipo terrestre.
- Tamaño planetario: Los planetas deben ser lo suficientemente grandes como para retener una atmósfera densa, mantener calor interno y poseer un campo magnético que los proteja del viento estelar. Los terrestres masivos como la Tierra o Marte pueden conservar gases alrededor, lo que posibilita la existencia de un efecto invernadero moderado, esencial para regular la temperatura. Por el contrario, mundos muy pequeños como Mercurio, no pueden retener una atmósfera apreciable, mientras que los gigantes gaseosos como Júpiter o Saturno carecen de una superficie sólida donde la vida (tal y como la concebimos) pudiera arraigar.
- Baja excentricidad orbital: Es necesario que la órbita del planeta sea casi circular para evitar grandes variaciones en la distancia a su estrella, lo que reduciría cambios extremos en temperatura.
- Ciclo día-noche equilibrado: La velocidad orbital debe combinarse con la rotación del planeta, de manera que el ciclo día-noche no sea demasiado largo, evitando diferencias de temperatura extremas entre el día y la noche.
En busca de exoplanetas habitables
La Tierra es, hasta ahora, el único planeta del que sabemos con certeza que alberga vida. Pero, ¿podría existir otro con condiciones similares en algún rincón del universo, orbitando en la zona de habitabilidad de su propia estrella y con el potencial de albergar vida? Gracias a los avances astronómicos, los científicos están explorando cada vez más estos mundos lejanos, analizando sus atmósferas en busca de pistas sobre su composición y habitabilidad.
El primer exoplaneta encontrado, sin embargo, era muy diferente a la Tierra. Se trata de 51 Pegasi b, descubierto por los profesores Michel Mayor y Didier Queloz de la Universidad de Ginebra en 1995. Hasta entonces, los exoplanetas detectados estaban asociados a púlsares (restos de estrellas muertas), por lo que encontrar un planeta orbitando una estrella similar al Sol -51 Pegasi es una estrella de tipo G2.5V- fue un hito que confirmó que los sistemas planetarios como el nuestro podrían ser comunes en la galaxia.
51 Pegasi b es de los conocidos como Júpiter caliente, un gigante gaseoso que orbita extremadamente cerca de su estrella, desafiando las teorías previas sobre la formación planetaria. Sin embargo, sus condiciones son muy distintas a las que permiten la vida tal como la conocemos.
Desde entonces, se han descubierto miles de exoplanetas (5 500 hasta enero de 2025) con características muy diversas, lo que ha permitido redefinir nuestra comprensión de la formación y evolución de los sistemas planetarios. Misiones espaciales como Kepler y TESS de la NASA buscaban planetas con características similares a la Tierra, evaluando su tamaño, composición atmosférica y ubicación dentro de la zona de habitabilidad de sus estrellas. A ellas se sumará la misión PLATO de la Agencia Espacial Europea (ESA), programada para su lanzamiento en 2026. España participa activamente en esta misión a través de un consorcio formado por centros de investigación públicos y empresas del sector aeroespacial, coordinado por investigadores del Centro de Astrobiología (CAB, INTA-CSIC), entre ellos el Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) .
Otra misión que estudia exoplanetas es CHEOPS aunque, a diferencia de las anteriores, no busca nuevos, sino que analiza los ya descubiertos para conocer mejor su composición, tamaño y atmósfera. Lanzada en 2019, es un proyecto conjunto de Suiza y la Agencia Espacial Europea (ESA). También España ha tenido un papel clave: Airbus Defence and Space lideró su construcción y el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) gestiona su operación desde el centro de control en Torrejón de Ardoz. A pesar de que su misión inicial era de tres años y medio, ha superado el objetivo inicial debido a su excelente rendimiento, y se ha extendido hasta finales de 2026.
Con el avance de nuevas tecnologías y misiones espaciales como estas nos encontramos cada vez más cerca de descubrir si existen otros mundos habitables más allá de nuestra zona de habitabilidad estelar.
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